PSEUDO DIONISIO AREOPAGITA

 

LOS NOMBRES DE DIOS

 

CAPÍTULO I:
CAPÍTULO II: Unificación y diferenciación en Dios. Qué significa en Dios unidad y diferencia
CAPÍTULO III: El poder de la oración. San Hieroteo. La piedad y los escritos teológicos
CAPÍTULO IV: El Bien. La Luz. La Hermosura. El Amor. El Extasis. El Celo. El Mal: no es ser, ni procede del ser, ni está en los seres
CAPÍTULO V: Del ser y de los arquetipos
CAPÍTULO VI: De la Vida. De la Sabiduría, Inteligencia, Razón, Verdad y Fe
CAPÍTULO VIII: Del Poder, Justicia, Salvación, Redención. Y también de la Desigualdad
CAPÍTULO IX: De lo grande, pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, estado, movimiento, igualdad
CAPÍTULO X: Del Omnipotente y Anciano de días. También sobre la eternidad y el tiempo
CAPÍTULO XI: De la Paz. Del "Ser por Sí': De la "Vida por Sí". Del "Poder por Sí". Y de otras expresiones semejantes
CAPÍTULO XII: Del Santo de los santos, Rey de reyes, Señor de señores, Dio: de dioses
CAPÍTULO XIII: Del Perfecto y del Uno

 

CAPÍTULO I: El presbítero Dionisio al copresbítero Timoteo. Propósito de este tratado y cuál sea la tradición de los nombres de Dios

1. Ahora, dichoso amigo, después de las Representaciones teológicas, voy a ocuparme, en la medida de mis fuerzas, de explicar los nombres divinos. Atengámonos aquí también a la norma observada en los textos sagrados: que cuando presentemos la verdad de la palabra de Dios "no sea con persuasivos discursos de humana sabiduría, sino en la manifestación y poder del Espíritu" dado a los escritores sagrados. Poder con que de manera inefable y desconocida lograremos alcanzar unción tan alta que exceda cuanto pudiéramos conseguir con raciocinio e inteligencia propios. Por eso, como norma general, nadie se atreverá a hablar de la Deidad supraesencial y secreta en términos o ideas que no hayan sido divinamente revelados en las Sagradas Escrituras. Efectivamente, cual­quier palabra o concepto resultan inadecuados para expresar lo desconocido de la supraesencia, que está muy por encima de todo ser. Necesitamos, para esto, un conocimiento supraesencial. Elevemos, pues, nuestra mirada hasta donde alcancemos con ayuda del Rayo luminoso de las palabras de Dios. Así dispuestos, acerquémonos con humilde adoración a los más altos resplandores de lo divino.

Porque si damos crédito a la teología sapientísima y veracísima, cada cual según su disposición llegará a conocer los secretos de Dios en el alma. Dios es tan bueno que por salvarnos encierra de modo admirable dentro de nuestras limitaciones su infinita e inmensa bondad.

Los sentidos no pueden percibir ni intuir lo que es propio del entendimiento. Signos y figuras no son lo mismo que las realidades inmateriales a que se refieren; lo corpóreo no aprisiona lo intangible e incorpóreo. Del mismo modo, y con toda verdad, aquella infinita supra-esencia trasciende toda esencia; aquella Unidad está más allá de toda inteligencia. Ningún razonamiento puede alcanzar aquel Uno inescrutable. No hay palabras con que poder expresar aquel Bien inefable, el Uno, fuente de toda unidad, ser supraesencial, mente sobre toda mente, palabra sobre toda palabra. Trasciende toda razón, toda intuición, todo nombre. El es el Ser y ningún ser es como El. Causa de todo cuanto existe. El mismo está fuera de las categorías del ser. Sólo El, con su sabiduría y señorío, puede dar a conocer de sí mismo lo que es.

2. Como ya queda dicho, nadie se atreva a definir con palabras o conceptos la noción secreta y supraesencial de Dios. Atengámonos sólo a lo que misericor­diosamente se nos ha manifestado en las Santas Escrituras. En ellas, Dios mismo se ha dignado enseñarnos que ninguna criatura puede llegar a conocerle y contemplarle tal como es, ya que El lo trasciende todo supraesencialmente.

Hallarás, sin embargo, que muchos teólogos hablan de la Deidad como "invisible e incomprensible". No existe vestigio alguno por donde penetrar en su infinitud secretísima. Sin embargo, este bien no se mantiene totalmente incomunicado con las criaturas. Por sí mismo hace generosamente extensivo a todos aquel firme Rayo supraesencial que le es propio y constante. Cada uno lo recibe según su capacidad. De esta manera atrae hacia sí las almas santas para contemplarle, dentro de lo posible, para entrar en comunión con El y procurar imitarle.

Así sucede a cuantos se esfuerzan con la debida rectitud y modestia. Tales almas de nada presumen insolentemente ni pretenden sobrepasar los planes ,de Dios. No se dejan llevar de sus propias inclinaciones al mal. Son almas que con firmeza y perseverancia se elevan en pos del Rayo que las ilumina. En respuesta de amor a la luz recibida, levantan humildemente su vuelo en santi­dad.

3. Pongámonos en camino hacia donde nos invitan aquellas divinas ordenanzas que regulan todas las jerarquías en los cielos. Con  moderación y santificadas nuestras mentes, rendimos homenaje al misterio de la Deidad, que trasciende todo nuestro pensamiento y todo ser. En humilde silencio adoramos lo inefable. Nos elevamos atraídos por los rayos luminosos de las Santas Escrituras; su esplendor nos impulsa a entonar himnos de alabanza. Contemplamos la luz divina que nos dispone para alabar la Fuente donde mana abundante toda iluminación santa. La Fuente que nos habla de sí misma con palabras de las Santas Escrituras.

Es en verdad causa, origen, esencia y vida de todas las cosas. Voz que llama a los alejados para que vuelvan a la vida: renovación de la divina imagen perdida. Apoyo para los zarandeados por la impureza. Seguridad de cuantos permanecen firmes. Guía de quienes le siguen. Fundamento de perfección para los perfectos. Plenitud de la Divinidad para los que se divinizan. Simplicidad de los que se simplifican. Unidad de quienes logran la unión. Principio supraesencial de todo principio, prodiga en lo posible bondadosamente sus secretos.

En resumen, es Vida de los vivientes, esencia de los seres. Principio y Causa, por su bondad, de toda vida y esencia. Por su misma bondad produce y mantiene en su ser todas las cosas.

4. Conocemos todo esto por las Santas Escrituras. Y podría decirse que en casi todas ellas verás cómo los autores sagrados forman los nombres divinos según las bondadosas manifestaciones de la Deidad.

Por eso, en casi toda explanación teológica observamos que se alaba santamente a la Deidad, Mónada o Unidad por la sublime simplicidad e indivisible unidad. Su poder unificante atrae sobrenaturalmente nuestra múltiple diversidad a su Unidad. Nos hace unidad semejante a Dios Uno.

Celebrada también como Trinidad que manifiesta su fecundidad supraesencial en tres Personas. De aquí procede toda paternidad en los cielos y en la tierra. Se la llama Causa de todos los seres porque por su bondad emplea su poder creante llamando todas las cosas de la nada al ser. Sabia y Hermosa, porque todo ser conserva inalteradas las cualidades propias de su naturaleza, gracias a la presencia esencial de la armonía divina y sagrada belleza. Amor de predilección hacia todo ser humano, porque con plena verdad Dios ha compartido su naturaleza con la nuestra es una sola Persona, llamando a sí y uniendo a ella la pequeñez humana.

Admirablemente Jesús asumió naturaleza humana sin dejar de ser Dios; el que es eterno se enmarcó en el tiempo; Aquel que es esencialmente trascendente a todo el orden natural, sin perder nada de lo que es como Dios, se encerró dentro de la naturaleza humana.

También nosotros estamos sumergidos en estos y otros semejantes resplandores deíficos, que en armonía con las Escrituras nos transmitieron con maravillosa interpretación nuestros preceptores.

Pero como nosotros entendemos a través de los senti­dos, según nuestra capacidad, el amor que Dios nos tiene envuelve lo inteligible en lo sensible. Reviste con velos sagrados la divina palabra y las tradiciones jerárquicas. Asimismo está lo supraesencial ceñido a la sustancia de las cosas. Las formas y figuras rodean lo invisible; multiplican y materializan variedades de signos divididos lo que es sobrenatural simplicidad.

Pero cuando nos transformemos en incorruptibles e inmortales, después de alcanzar el estado de perfecta bienaventuranza con los que ya están configurados con Cristo, entonces, como está escrito, "estaremos siempre con el Señor". Nos saciaremos con la pura contemplación visible del mismo Dios, envueltos en su glorioso resplandor, como se manifestó a los discípulos en la sacratísima transfiguración. Libre ya la mente de pasiones y de materialidad, nos hará Dios partícipes de sus fulgurantes rayos de luz intelectual, sin que podamos comprender cómo. Luz que nos une con El y nos hace felices. De modo maravilloso, nuestras mentes estarán como aquellas inteligencias celestes según dice la Escritura: "Son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección".

Mas al presente nos valemos de símbolos para entender, en cuanto nos es dado, las realidades divinas. Mediante ellos, según nuestra capacidad, nos elevamos a la verdad una y desnuda. Entonces abandonaremos las imágenes que teníamos de lo divino.

Despojados del entender que nos es propio, avanzamos en cuanto podemos hacia aquel Rayo supra-esencial. Nadie lo puede imaginar ni hay palabras con que dar a entender lo que ello es, pues nada de cuanto existe se le puede comparar. Sin embargo, aquel Rayo contiene en sí, de modo global y en supraesencia, todas las cosas aun antes de que existan y todo natural conocimiento y energía. Su poder inaccesible a cualquier otra criatura le hace superior a toda inteligencia celestial. Todo conocimiento, en realidad, tiene un ser como objeto. Aquello que es superior a todo objeto trasciende también todo conocimiento.

5. ¿Cómo, pues, podemos hablar de los nombres de Dios? ¿Cómo puede ser esto si el Trascendente sobrepasa todo discurso y todo conocimiento, si su morada no está al alcance de ningún ser ni entendimiento, si El comprende, encierra, es antes y después que todas las cosas, mientras que escapa a toda percepción, imaginación, opinión, nombre, discurso, aprehensión o entender? ¿Cómo nos atreveremos a intentarlo si la Deidad está más allá de todo ser, es inefable, ningún nombre la puede definir?

Queda dicho en mis Representaciones teológicas que no podemos alcanzar con el pensamiento ni con palabras al Uno, Incognoscible, Supraesencial, la misma Bondad, la trina Unidad, tres Personas igualmente divinas y buenas. Ni tampoco podemos conocer ni explicar (llámense inmisiones o suscepciones) de qué manera los santos ángeles se comuniquen con aquella Bondad supraesencial. Tales cosas no están al alcance de ningún entendimiento ni aun siquiera de los mismos ángeles, excepto algunos de entre ellos que de modo misterioso lo han merecido.

Cuando algunas inteligencias, a imitación de los ángeles, en cuanto es posible, han llegado a deificarse de ese modo, alaban a Dios de la manera más perfecta, prescindiendo de todo discurso y olvidándose de las cosas. Real y sobrenaturalmente iluminadas por tan santa unión con la Luz, estas almas descubren que, siendo Dios causa de todo ser, El no es nada de esto, pues de todo ser está supraesencialmente separado.

Por consiguiente, teniendo en cuenta que Dios es supraesencial a todo ser y bondad, nadie que ame la Verdad que está por encima de toda verdad le tributará homenaje como palabra, o inteligencia, o vida o ser. No. Está muy lejos de cualquier manera de ser, de todo movimiento, vida, imaginación, opinión, nombre, palabra, pensamiento, inteligencia, sustancia, estado, principio, unión, fin, inmensidad. De todo cuanto existe.

Sin embargo, el hecho de ser la misma Bondad universal es causa de todo ser, y para alabar a esta bondadosa Providencia necesitamos verla en todos sus efectos. Es el centro de toda la creación y dirige a su fin todas las cosas. "El es antes que todo y todo subsiste en El". Su presencia en el mundo es causa de que todo exista. Todas las cosas la desean: las espirituales y racionales, por vía de entendimiento; las inferiores a éstas, por la sensación; todo lo demás, o bien por vía de movimiento vital, sustancial, o según convenga a su propio ser.

6. Conscientes de esto, los teólogos alaban al Sin Nombre o le invocan con todo nombre. El Sin Nombre, porque el mismo Dios en una de sus místicas visiones donde se apareció simbólicamente reprendió a aquel que le había preguntado "¿Cuál es tu nombre?" Y para impedirle limitar su conocimiento a un mero nombre le respondió: "¿Por qué me preguntas el nombre viendo que es admirable?"

¿No es realmente admirable este "nombre que está sobre todo nombre"? Por eso es el Sin Nombre. Está ciertamente constituido "por encima de todo cuanto tiene nombre, en este siglo y en el venidero".

Por otra parte, se emplean muchos nombres refiriéndose a Dios, diciendo: "Yo soy el que soy", "vida" "luz", "Dios", "Verdad". Asimismo los escritores sagrados cuando alaban la Causa de todas las cosas invocan a Dios en relación con sus efectos como Bondad" Hermosura, Sabio", Amado, Dios de dioses, Señor de los señores", Santo de los santos'', Eterno", el que Es" Autor de los siglos, Dispensador de la vida", Sabiduría Inteligencia", Verbo", Conocedor", Poseedor en grado supremo de todos los tesoros de la ciencia", Poder, Rey de reyes, Anciano de los días", Juventud eterna e inmutable", Salvación", Justicia", Santificación, Redención", el Superior a todo y manifiesto como suave brisa".

Dicen también que El está en nuestras mentes, almas, cuerpos, en el Cielo y en la tierra". Permanece siempre idéntico a sí mismo", a la vez que está dentro, sobre y alrededor del universo", por encima de los cielos", Sobresencia, Sol, Estrella", Fuego", Agua, Viento, Nube, Piedra angular, Roca", El es todo y no es ninguna cosa.

7. Así, pues, a aquel que es causa de todas las cosas y o trasciende todo le cuadra a la vez el Sin Nombre y los nombres de todas las cosas. Es verdaderamente Rey del universo: todas las cosas dependen de El, que es su causa, principio y fin. El es, como dice la Escritura, "todo en todas as cosas", y ciertamente merece alabanza como creador y Fundamento de todas las cosas, su perfeccionador, conservador, guardián y morada. Encamina todo hacia sí mismo con un solo acto, irreprensible, excelente. Esta Bondad Sin Nombre es no sólo causa que todo lo coordina, vitaliza y perfecciona, de manera que por esto nuestras medidas prudenciales merece llamarse así. Hay más, esta Bondad Sin Nombre contiene en sí de manera simple indefinida todas las cosas antes de que existan. Así es por infinita bondad de su Providencia, perfecta y única causa universal. Por lo cual, merece alabanza y los nombres de toda la creación.

8. Por lo demás, los teólogos no se limitan a los nom­bres de Dios, derivados de actos generales o particulares de la Providencia. Algunos, además, provienen de las visiones sobrenaturales que iluminan a los iniciados y a los profetas en los templos y en otras partes.

Por eso dan nombres a la Bondad divina según su múltiple fuerza y causalidad, pues sobrepasa todo nombre y esplendor. Le atribuyen formas y figuras de toda clase: humanas", ígneas y de zafiro". Alaban también sus ojos, oídos", cabellos'', rostro, manos", espaldas", alas", brazos, dorso", pies". Le han atribuido también coronas", tronos", cálices, copas de libación" y cosas semejantes que describiré lo mejor que pueda en la Teología simbólica".

De momento, pasemos a explicar el significado de los nombres de Dios, valiéndonos para ello de cuanto nos dicen las Sagradas Escrituras y guiándonos por lo que ya queda dicho. Como está dispuesto por ley jerárquica para el estudio de toda teología, fijémonos con mirada mística en estas contemplaciones deiformes, hablando con propiedad, y santifiquemos nuestros oídos para escuchar las explicaciones de los santos nombres de Dios. Conforme a la sagrada tradición, dejemos las cosas santas sólo para los santos" y evitemos que sean objeto de irrisión y burla para los profanos. Antes bien, ahorremos a estos hombres, si los hay, cualquier hostilidad sacrílega.

Ten bien en cuenta esto, excelente Timoteo, y procede conforme a la enseñanza sagrada. Ni de palabra ni de modo alguno des las cosas santas a los profanos. Por cuanto a mí toca, concédame Dios celebrar dignamente los muchos y diferentes nombres por los que se manifiesta su divina Bondad, aunque ningún nombre sea digno de la Deidad. "No aparte El de mis labios la palabra verdadera".


CAPÍTULO II: Unificación y diferenciación en Dios. Qué significa en Dios unidad y diferencia

1. Las Sagradas Escrituras celebran la plena esencia de la Deidad, sea cual sea lo que se define y manifiesta por la bondad infinita. ¿De qué otro modo podemos interpretar la Sagrada Escritura cuando nos dice que la Divinidad, hablando de sí misma, se manifestó en estos términos?: "¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios".

Ya he tratado sobre esto en otro lugar, y demostré que en las Sagradas Escrituras se emplean siempre los nombres dignos de Dios para referirse a la Deidad, no en parte, sino plena y enteramente, total e indivisa. Todos la significan imparticipada y absolutamente, sin observación de diferencia alguna, universalmente, plenitud de la Divinidad, perfecta en todo. Efectivamente, como ya indiqué en Representaciones teológicas, seria una blasfemia negar que cualquiera de estos nombres no se refiere a la Deidad en todo su ser. Seria una profanación atreverse a dividir la Unidad, una y simple, que todo lo trasciende.

Por tanto, hay que decir que estos nombres deben entenderse con relación a toda la Deidad. De hecho, el Verbo, que es absolutamente bueno, dice: "Yo soy bueno''. Un profeta, divinamente inspirado, alaba también la "bondad" del Espíritu. Lo mismo ha de entenderse de "Yo soy el que soy". Si dijeren que esto se refiere a una parte de la Deidad y no a toda ella, ¿cómo podría entenderse lo siguiente: "Dice el Señor Dios, el que es, el que era, el que viene Todopoderoso"? y "Tú siempre eres el mismo". Y además: "El Espíritu de verdad, que procede del Padre'''. Y si no se admite que toda la Deidad es vida, ¿qué podrá haber de verdad en estas sagradas palabras: "Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo, a los que quiere, les da la vida"? O esto: "El Espíritu es el que da vida''.

Eso mismo ocurre con el señorío universal que se atribuye a la Deidad. No se podría decir "Señor" ni a Dios Padre ni a Dios Hijo, como se afirma en las Sagradas Escrituras. El Espíritu Santo es igualmente "Señor".

"Hermosura", "Sabiduría", se predican de la Deidad en cuanto tal. Igualmente, las Escrituras Sagradas alaban a Dios con los términos "luz", "poder deificante", "causa" y otros, propios de la divina alabanza. Globalmente dicen: "Todo viene de Dios". Más concretamente: "Porque en El fueron hechas todas las cosas y todo subsiste en El. También: "Si mandas tu Espíritu, se recrían". El mismo Verbo divino lo resume en estos términos: "Yo y el Padre somos una misma cosa" y "Todo cuanto tiene el Padre es mío"; además, "Todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío". Digamos una vez más que cuanto tienen en común con el Padre, el mismo Hijo lo atribuye igualmente al Espíritu Santo, como realidad común y única. Tales son las operaciones divinas: santo respeto, principio creador inextinguible, distribución de dones propios de la Bondad infinita.

Cualquier persona rectamente instruida en las Santas Escrituras no podrá menos de reconocer, pienso yo, que cuanto se atribuye a Dios conviene igualmente a toda la Deidad en cuanto tal.

En otro lugar he demostrado y analizado ampliamente, con referencias escriturísticas, esta cuestión. Por tanto, hecha esta breve y fragmentaria explicación, quede claro que los nombres divinos de que tratamos se refieren a la Deidad en su plenitud.

2. Si alguien objetare que por este procedimiento se crea cierta confusión en las distinciones correspondientes a la Deidad, me parece que le sería impo­sible probar su razonamiento. Porque, si tal persona rechazare absolutamente la doctrina de la Sagrada Escritura, estaría muy lejos de nuestra manera de pensar. Y si no le importare nada la sabiduría divina de las Santas Escrituras, ¿por qué nos vamos a preocupar de instruirle en la ciencia teológica?

Si, al contrario, tal persona presta atención a la verdad de las Escrituras, apoyándonos en esta misma norma y luz, con toda diligencia le explicaré, en cuanto me sea posible, que la teología ciertamente presenta algunas verdades que convienen a las Personas divinas en común y otras a alguna Persona en particular. No es lícito separar lo unido ni confundir lo distinto, sino que, guiados por la enseñanza recibida, debemos elevar nuestra mirada a los divinos resplandores. Así recibiremos las divinas ilustraciones como la más preciosa norma de verdad, guardando en nosotros mismos su contenido, sin añadir ni quitar ni cambiar nada. Respetando las Santas Escrituras, nos protegemos a nosotros mismos, y de allí sacaremos fuerzas para defender a quienes las observen.

3. Algunos nombres son comunes a toda la Deidad, como he demostrado copiosamente en Representaciones teológicas a la luz de las Santas Escrituras. Por lo cual, decimos que la Deidad es más que buena, más que Dios, supraesencial, más que viviente, más que sabia. Y le atribuimos generalmente nombres que indican eminencia por vía de negación. También nombres que significan causalidad, como Bien, Hermosura, Ser, Fuente de vida, Sabiduría y cuantos corresponden a los dones propios de la Bondad de Dios, mediante los cuales se hace referencia a la Causa de todo bien.

Hay también nombres que significan realidades distintas y supraesenciales: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Términos que no pueden intercambiarse ni tienen nada en común. Es asimismo distinto e íntegro y perfecto el ser de Jesús hecho hombre y todos los misterios sustanciales de su humanidad.

4. Creo que debemos ahondar más en la explicación del modo perfectísimo de la unidad y distinción en la Deidad. Preciso es dejar esto claro para que, removida la oscuridad y confusión en cuanto sea posible, podamos hablar en adelante con distinción, propiedad y orden.

Como he dicho en otro lugar, quienes conocen a fondo nuestras tradiciones teológicas llaman unidades divinas a las realidades secretas e incomunicables, profundas más que un abismo. Estas constituyen la Unidad suprainefable y supracognoscible. Afirman que las procesiones y manifestaciones dentro de la Deidad, propias de su bondad, constituyen las diferencias. Aún más: en conformidad con la Sagrada Escritura, hay atributos propios de la Unicidad, mientras que hay diferencias consiguientes a la distinción propia de Dios. Por ejemplo: en vista de la unidad divina supraesencial, hacen propios de la indivisible Trinidad los siguientes atributos unitarios y comunes: Subsistencia supraesencial, Deidad supradivina, Bondad que trasciende todo bien, Supraidentidad por encima de toda propiedad individual, Unidad superior a cualquier principio de unidad, Infalibilidad, Inteligibilidad de todo cuanto se pueda conocer.

Afirmación total, negación total. Más allá de toda afirmación o negación. Morada y Fundamento, si se puede decir esto, de las Personas divinas, que son fuente de unicidad por cuanto están, sin que se confundan las propias diferencias, supraesencialmente unidas en un todo.

Un ejemplo familiar que entre por los ojos: la luz de varias lámparas en una casa se compenetra a la vez que cada una permanece distinta. Hay distinción en la unidad y unidad en la distinción. Aunque haya muchas lámparas en la casa, una sola es la luz, sin diferencia; todas ellas producen un solo resplandor. Nadie, creo yo, puede separar una de otra la luz de aquellas lámparas extrayéndola del aire que contiene la de todas. Ni puede ver la luz de una sin ver la de las otras, pues todas están igualmente mezcladas a la vez que cada una conserva su plena distinción.

Si alguien saca una lámpara de la casa, juntamente saldrá toda su propia luz, sin llevarse nada de las otras lámparas ni dejarles nada de la luz propia. Como queda dicho, la fusión de aquellas luces era total y perfecta, sin que por ello hubiese desaparecido la propia individualidad ni se diera la menor confusión. Se trata aquí de un aire corporal y una luz producida por un fuego material.

¿Qué decir de la unión supraesencial? Esta sobrepasa la unión de objetos corporales y también la de las almas e incluso la del espíritu. Cierto que ya son translúcidos sobrenaturalmente. Luces del Cielo, los hace ser transparentes de modo sobrenatural, a semejanza de Dios, pero no se trata más que de participar en proporción a la intimidad que haya con la Unidad trascendente.

5. En la teología de la supraesencia, la distinción, como he dicho, no consiste solamente en que cada una de las Personas, principio de unidad, subsiste en la misma Unidad, sin mezcla ni confusión entre sí. Más aún: los atributos correspondientes a la generación supraesencial en el seno de la Deidad son totalmente incomunicables. En Deidad supraesencial, el Padre es la única fuente; el Hijo no es el Padre ni el Padre el Hijo. A cada una de las Personas divinas le corresponden sus inalienables alabanzas. Así son estas uniones y distinciones en aquella inefable unidad y esencia.

Por otra parte, el dinamismo de la Bondad divina produce la distinción en Dios, de manera que la única Deidad, a la vez que es eminentemente una, se prodiga en multiplicidad. Tal distinción en Dios concentra igual­mente en la Unidad los dones intercomunicables, ser, vida, sabiduría, y larguezas semejantes que prodiga la Bondad creadora de todo. Los participantes alaban los dones que son participados sin ser aminorados.

Participan en la Deidad en su plenitud: común, unifi­cada y única para cada uno de los participantes; no parcialmente. Como los rayos de una circunferencia: participan del punto central, en plenitud, todos y cada uno. Como la marca de un sello: todas y cada una de las figuras marcadas son idénticas totalmente, no en parte, al sello original o arquetipo.

Pero la Deidad, Causa de todo ser, supera infinitamente estos ejemplos. Es imparticipable. Sus participantes no tienen punto de contacto ni mezcla alguna con la Deidad, que todo lo trasciende.

6. Podría alguno decir que el sello no está todo y el mismo en cada figura. Respondo: no es falta del sello, el cual se transmite con toda integridad en cada figura; la desigualdad de las reproducciones depende de la diversidad del material en que se imprime el sello. Por ejemplo, si son materias blandas, fáciles de impresionar, lisas y limpias, no refractarias ni duras, no fluidas ni inconsistentes, entonces la impresión resultará pura, clara y durable. Pero si fuere deficiente el material receptor, ésta sería la causa de que la figura resultase menos marcada y clara y de que sobreviniesen todos aquellos defectos que suelen ocurrir por ineptitud de los participantes.

El caso de nuestra redención es diferente: no la Deidad en cuanto tal; fue sólo el Verbo, que está por encima de toda sustancia, quien asumió verdadera e íntegramente nuestra condición humana, actuó y sufrió todo lo común y propio de la naturaleza humana. Esta realización no pertenece al Padre ni al Espíritu Santo, si exceptuamos el plan común de amor para salvar a todos los hombres. También es común a la Deidad la operación total, trascendente e inefa­ble que llevó a cabo el Verbo, Dios inmutable.

Así queda claro que en nuestro estudio procedemos uniendo y distinguiendo las propiedades divinas, según que estos atributos estén identificados o diferenciados.

En mis Representaciones teológicas a la luz de las Santas Escrituras, he tratado sistemáticamente, lo mejor que pude, las causas de unidad y diferencias conforme a las propiedades de la naturaleza divina. Expliqué algunas de esas causas con sólidas razones, sereno ánimo y mente esclarecida por la luz de las Santas Escrituras. Para otras he seguido la tradición divina, elevándome en estos misterios sobre toda operación del entendimiento.

La verdad es que las realidades divinas nos llegan por conocimiento indirecto, por vía de participación. Lo que son en sí, en su fuente y fundamento, escapa al alcance del entendimiento, de todo ser y conocer. Por ejemplo, cuando al Arcano supraesencial lo llamamos Dios, Vida, Ser, Luz, Verbo, nuestro entendimiento no capta más que ciertas propiedades deíficas, vivificantes, causas de ser y saber, que dimanan del origen hasta nosotros.

A Dios no llegamos más que por el abandono de toda operación intelectual. Cuando nos esforzamos por penetrar en el Arcano, nos encontramos sin divinización, sin vida, sin nada que nos haga semejantes a la Causa que trasciende absolutamente todo ser. Sabemos además, por las Sagradas Escrituras, que en la Deidad el Padre es manantial; el Hijo y el Espíritu son, valga la expresión, brotes de la Deidad generante, su florecimiento y luces trascendentes. Nosotros, por nuestra parte, no podemos ni decir ni entender cómo pueda ser eso.

Lo más que podemos conseguir con nuestra actitud intelectual es comprender que nos ha sido concedido tanto a nosotros como a los poderes supracelestes participar de la paternidad y filiación divinas. Así nos lo otorga el supraeminente origen de toda paternidad y filiación. Por eso, todas las almas semejantes a Dios son y se llaman "dioses", "hijos de Dios", "padres de dioses".

Se trata de paternidad y filiación puramente espirituales, no corpóreas y materiales, sino del alma. Es obra del Espíritu Santo, que trasciende toda inmaterialidad y divinización. Obra también del Padre y del Hijo, que por su trascendencia están asimismo más allá de cualquier otra paternidad y filiación divinas. En realidad, no hay perfecta y absoluta semejanza entre causa y efectos. Estos llevan consigo la impronta de sus orígenes solamente en cuanto pueden, mientras que las causas, independientes de los efectos, los trascienden por su propia naturaleza de principio.

Algunos ejemplos familiares. Decimos que los placeres son causa de nuestros sufrimientos, pero en realidad los placeres y penas ni gozan ni sufren. Asimismo el fuego: calienta y quema, pero no decimos que el fuego recibe calor ni fuego. Y si alguno dijere que la misma vida vivía o que la luz era iluminada, no hablaría con propiedad, a mi juicio. A no ser que tales expresiones tengan sentido diferente, queriendo decir que en realidad los efectos están contenidos en las causas en grado eminente.

9. La verdad más clara de teología es que Jesús se encarnó por nuestra salvación. Ninguna inteligencia, sin embargo, lo puede explicar ni comprender. Ni siquiera los ángeles de mayor rango. Es un verdadero misterio para nosotros el que Jesús decidiera hacerse hombre. No hay manera de que entendamos cómo haya podido hacerse hombre de sangre virginal por otra ley diferente de la natural. No comprendemos cómo pudo andar sobre las aguas, materia líquida, fluida, sin mojarse los pies ni hundirse por el peso del cuerpo. En general, no comprendemos cuanto se refiere a la naturaleza sobrenatural de Jesús.

He dicho ya bastante sobre esto en otro lugar, y mi famoso maestro lo ha celebrado maravillosamente en sus Elementos de teología. Doctrina que, en parte, tomó de la sagrada tradición y en parte por largo y concienzudo  estudio de las Sagradas Escrituras, o conociéndolo, más que por ciencia teórica, por experiencia personal de lo divino, pues disfrutaba de cierta connaturalidad con estos temas, si me es lícito hablar así, identificándose interiormente con ellos. Así pudo conocer aquella Unidad mística y la fe, que no se alcanza por el estudio.

Para presentar en pocas palabras numerosos y preciosísimos datos de su preclara inteligencia, véase lo que dice de Jesús en los Elementos de teología.

10. Tomado de los "Elementos de teología" del muy santo Hieroteo: "La divinidad de Jesús es causa que todo lo perfecciona, y conserva las partes en tal armonía con el todo que ni es parte ni es todo, siendo al mismo tiempo las dos cosas: todo y parte. Dentro de su total unidad contiene de modo eminente y por anticipación el todo y las partes. Tal perfección está en los imperfectos como fuente de perfección. Está también en los perfectos, pero como trascendente y anterior a su perfección de ellos. Es forma informante de cuanto carece de forma, pues es su principio formal. Es también la forma trascendente en lo que ya está formado. Es ser que está sobre todo ser sin que nada lo alcance. Supraesencia de toda esencia. Es límite de todo, principio y cauce, pero está por encima de todo principio y orden. Es la medida de todas las cosas. Es eternidad que trasciende y es anterior a la eternidad. Es abundancia donde hay escasez, y sobreabundancia donde no falta nada. Indescriptible, inefable; trasciende toda inteligencia, toda vida, todo ser. Maravillosamente posee toda maravilla y trasciende todo lo trascendente".

"Por amor ha descendido a nuestro nivel y se ha hecho una criatura. Aquel que es supraesencial a la idea de Dios se ha hecho hombre (alabemos con plena reverencia esta verdad, que no alcanzamos ni a expresar ni pensar). En esta condición humana permanece siendo lo que es: admirable y supraesencial. Se hizo igual a nosotros sin dejar de ser nada de lo que era. Nada disminuye su plena grandeza por la inefable humillación de sí mismo. Y esto es lo más admirable: siendo hombre come nosotros, fue siempre maravilloso y supraesencia de nuestra esencia. Todo lo nuestro estaba en El de modo eminente, y en El nos sobrepasamos a nosotros mismos.

11. De esto ya basta. Continuemos ahora explicando en cuanto nos sea posible, los nombres comunes y propios de la divina distinción. Comencemos definiendo claramente las "distinciones divinas," que, como ya hemos indicado, son irradiaciones misericordiosas de la Deidad Esta se entrega como don, desbordándose, de modo que todas las cosas participen de su bondad. Se prodiga a todos sin dejar de ser unidad. Por cuanto Dios es supraesencial causa de todas las esencias, decimos que el Ser único se multiplica por la creación de nuevos seres. Permanece, no obstante, como Ser único, uno en la multiplicación, unido en las emanaciones y perfecto en la distinción, por ser la supraesencia de todas las esencias. Uno mientras se multiplican las participaciones de sí mismo.

Todavía más. El es uno solo, concede partici­par de su propia unidad a cada parte y al todo, a uno y a la multitud. Por ser supraesencial, es uno solo; no es parte de una multitud ni conjunto de partes. En tal sentido no se dice uno ni parte de la unidad, es uno de manera completamente distinta de los demás seres. Trasciende. Es multiplicidad indivisible, plenitud donde no cabe nada más, que produce, perfecciona y preserva toda unidad y multiplicidad.

Parecería, además, haber una multiplicación de dioses por la divinización de almas, cuya participación de Dios las hace semejantes a El. Pero, en realidad, Dios es el Arquetipo, el Único que vive supraesencialmente, sin dividirse en cada uno ni confundirse con el conjunto mientras que se da a todos y mora en cada uno según cada cual puede recibirle.

En esta realidad maravillosa pensaba aquel gran maestro, luz del mundo, el que introdujo a mi maestro y a mí en esta Luz divina. Inspirado por Dios, dice en sus sagrados escritos: "Porque, aunque algunos sean llamados dioses ya en el Cielo, ya en la tierra, como si hubiera muchos dioses y muchos señores, para nosotros no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y de quien somos nosotros, y un solo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros también".

Por tanto, en lo divino, la unión prevalece sobre la distinción. Precede la unión a las diferencias y éstas permanecen unidas incluso después que el Uno, a la vez que se mantiene en unidad, se expande en diferencias. Procuremos ahora alabar, en cuanto nos sea posible, las distinciones comunes y unificadas, que son procesiones a impulsos del amor de toda la Deidad. Para ello me valdré de los nombres dados en la Sagrada Escritura. Pero, como ya he dicho, quede claro: cualquier nombre correspondiente a la Bondad de Dios, aun cuando se atribuya a una sola de las Personas divinas, deberá entenderse sin distinción de toda la Deidad.


CAPÍTULO III: El poder de la oración. San Hieroteo. La piedad y los escritos teológicos

1. Ante todo, si te parece bien, examinaremos el nombre perfecto "Bondad", por el que se manifies­tan las procesiones divinas. Primeramente invoquemos la Trinidad, fuente del bien y muy superior a todo lo bueno. Por la Trinidad se manifiestan las procesiones de la Deidad. Ante todo, oremos para acercarnos a Ella, principio de todo bien. Luego, aproximándonos, nos configuremos con los más preciosos dones que contiene. La Trinidad está presente en todo ser, mas no todo ser está con Ella. Pero cuando la invocamos con santas oraciones, con mente serena, dispuestos para la unión con Dios, entonces también nosotros estamos en Ella. Porque la Trinidad no está en un sitio de manera que pueda cambiar de lugar yéndose de una parte a otra. Es impropio decir que está presente en todas las cosas, pues limitamos su infinitud, que excede y contiene todo.

Elevémonos en oración hasta los más sublimes y misericordiosos rayos de la Divinidad. Como si nos agarrásemos de una brillantísima cadena colgante desde lo más alto del Cielo hasta la tierra. Al cogerla con una y otra mano, tendríamos la impresión de traerla hacia nosotros. En realidad, no nos la acercaríamos, pues está ya arriba y abajo, sino que subiríamos nosotros hasta los más altos resplandores de los rayos encendidos.

Imaginémonos en un barco agarrándonos a las maromas que alguien nos arroja desde alguna roca para auxiliarnos. La roca no vendría a nosotros; nos acercaríamos con la embarcación hasta la roca. Otro ejemplo: uno que está en un barco choca contra la roca en el mar: el pedregal queda fijo e inmóvil mientras que el barco se aleja, tanto más alejado cuanto más fuerte sea el choque.

Debemos, pues, ante todo, comenzar orando, especialmente en teología. No para atraernos el poder de Dios, que está presente en todas partes, sin limitarse a ninguna. Lo hacemos porque mediante la reflexión e invocaciones divinas nos entregamos y unimos con El.

2. Tal vez no esté fuera de lugar dar aquí una explicación sobre el hecho de que yo haya escrito este tratado teológico a pesar de que Hieroteo, nuestro insigne maestro, haya ofrecido la espléndida colección de Elementos de teología. Además he escrito otros, como si no fuera suficiente lo que él escribió. Indudablemente, si él hubiese abordado y presentado ordenadamente temas de teología, yo no hubiera tenido la insensata osadía de creerme capaz de comprender mejor que él estos temas teológicos. Ciertamente no hubiera yo perdido el tiempo en repetir las mismas cosas. Habría hecho una grave injuria a mi maestro y amigo apropiándome de su elevadísima ciencia y exposición. Fue él mi principal maestro después de San Pablo.

En realidad, él, como buen guía, nos ha legado una gran obra teológica, útil también para otros menos expertos directores de almas. Esto me anima a presentar y explicar en términos más asequibles las exposiciones y sutilezas de aquel hombre de tan poderoso entendimiento. Tú mismo me has exhortado frecuentemente a que lo haga remitiéndome el libro de Hieroteo, por juzgarlo muy difícil de entender.

Así, pues, a la vez que reconozco su valor destacado como maestro de entendimientos más aventajados, y apre­ciando sus escritos como los más importantes después de las Sagradas Escrituras, me propongo explicar lo mejor que pueda las realidades divinas a nivel de nuestros semejantes. Porque, si el alimento sólido es propio de los perfectos, ¿cuánta no será la perfección que se requiere para alimentar a otros?

Con razón decimos que para ahondar en el sentido de las Sagradas Escrituras es necesaria madura inteligencia, y lo mismo para enseñar a otros sus conclusiones. Pero entender y enseñar los conocimientos preliminares va bien para grados inferiores, sean ya iniciados o todavía principiantes.

Conforme a esto, me he propuesto seriamente no tocar nada en manera alguna de lo que aquel santo maestro nos enseñó claramente, evitando repetir lo que nos explicó al tratar algún punto de las Escrituras.

Como tú sabes, nosotros, él y muchos de nuestros santos hermanos acudimos a ver el cuerpo que dio principio a la vida y había gestado a Dios. Allí estaba Santiago, pariente del Señor, y Pedro, el jefe supremo de los teólogos. Después de verlo, todos estos jerarcas quisieron, cada uno como mejor pudiera, ensalzar la Bondad de esta divina fragilidad. Mi maestro, como sabéis, era el primero después de los autores sagrados y aventajaba a todos los que alababan a Dios. En efecto, estaba tan arrobado, tan fuera de sí, vivía del tal manera lo que decía, que cuantos le oían y veían, cuantos le conocían (o mejor, le desconocían) le consideraban inspirado por el Espíritu para cantar las alabanzas divinas.

Mas ¿para qué contarte todas las maravillas que allí dijeron de Dios? Porque, si mal no recuerdo, creo haberte oído a ti mismo parte de las magníficas alabanzas que entonces proclamaron, pues siempre has mostrado especial solicitud por las cosas divinas como para no considerarlas jamás con frivolidad.

3. Pero dejemos de lado estas santas realidades, que tú bien conoces y no hay por qué contar a la gente. Cuando era necesario propagar nuestra fe a muchos, a fin de convencerlos y atraerlos a nuestra sagrada enseñanza, él dedicó a esta tarea más tiempo que muchos santos doctores. Mostró tal pureza de ingenio, tal agudeza en sus razonamientos y tanta diligencia en sus organizaciones, que no osaríamos mirar de frente sol tan esplendoroso.

Consciente de mis limitaciones, sé muy bien que no tengo capacidad para entender las verdades divinas. Reconozco que me faltan palabras para enseñarlas, pues son inefables. Estoy tan lejos de poseer el buen entendimiento de aquellos santos varones para ahondar en las verdades teológicas, que llevado de gran reverencia no me atrevería ni siquiera a escucharlos. Lo hago por estar convencido de que no debo menospreciar la ciencia de las cosas divinas en la medida que se puedan alcanzar.

Mi convicción no obedece únicamente a la natural inclinación del espíritu por la contemplación que podamos alcanzar de Dios; lo aconseja también la excelente institución de las leyes divinas. No debemos ocuparnos de las cosas que están más allá de nuestro alcance, pues no las merecemos o es imposible conseguirlas. Pero de igual manera manda aprender asiduamente lo que nos es dado y compartirlo con los demás. Guiados, pues, por estas razones, ni el trabajo ni la pereza me han impedido buscar las verdades divinas; consciente de que no debo negar mi ayuda a quienes no tienen mayor capacidad contemplativa que yo, me he decidido a escribir. No pretendo decir nada nuevo. Quiero tan sólo analizar y exponer ordenadamente con más detalle algunas verdades que Hieroteo enseñó brevemente.


CAPÍTULO IV: El Bien. La Luz. La Hermosura. El Amor. El Extasis. El Celo. El Mal: no es ser, ni procede del ser, ni está en los seres

1. Pasemos ya al nombre de "Bien". Es el nombre que prefieren los teólogos para designar la Deidad supradivina. Llaman Bondad a la misma subsistencia divina, que por el mero hecho de ser todas las cosas la contienen.

Sucede lo que en el Sol. Sin pensarlo, sin quererlo, por el mero hecho de ser lo que es, ilumina todo lo que de alguna manera puede recibir su luz. Así ocurre con el Bien. Muy superior al Sol, como el arquetipo es superior a la imagen borrosa, extiende los rayos de su plena Bondad a todos los seres que, según su capacidad, la reciben. Gracias a estos rayos de Bondad subsisten todos los seres inteligibles e inteligentes, todo ser, toda potencia y operación. Por ellos existen y poseen vida inalterable e indestructible, libres de corrupción y muerte, de la materia y de la generación o mutaciones. Por ellos se consideran sustancias incorpóreas e inmateriales; como inteligencias, conocen de modo superior al de este mundo: por iluminación ven las razones propias de todos los seres y transmiten sus conocimientos a los compañeros.

La Bondad de Dios en que moran es el fundamento de su permanencia, estabilidad, conservación, vigilancia, alimento. Sus deseos del Bien les hacen ser lo que son y les proporcionan bienestar. Configurándose con el Bien, en lo posible, se hacen mejores, y como es Ley de Dios, comparten con sus inferiores los dones que reciben del Bien supremo.

2. Por todo esto, se ordenan jerárquicamente en forma supramundana, en unidades propias, y se rela­cionan entre sí sin la menor confusión. El Bien da poder a los inferiores para elevarse hasta los superiores, y asimismo los superiores descienden al nivel de sus inferiores. Diligentemente cuidan de quienes les están confiados, de sus poderes y de sus resoluciones inmutables. Permanecen firmísimos sus deseos del Sumo Bien. Conservan entre ellos las demás prerrogativas que he descrito en el tratado De las propiedades y de los órdenes de los ángeles. Cuanto se refiere a la jerarquía celeste, como son las purificaciones angélicas, iluminaciones supramundanas y la consumación de toda perfección entre los ángeles, todo esto viene de la Causa universal y Fuente de bien. De allí les llega asimismo su configuración con el Bien, el revelar la secreta bondad que poseen los seres, por decirlo así, intérpretes del silencio de Dios, que reflejan la luz resplandeciente en el interior del santuario.

En grado inferior a estas santas y venerables inteligencias están las almas con todos los bienes que les son propios. Dependen asimismo del Bien que está sobre todo bien y gracias a El tienen inteligencia, vida sustancial, inmortalidad. Por tener vida espiritual, como los ángeles, pueden esforzarse en imitarlos. Siguiendo a tan excelentes guías se elevan hasta el Bien, fuente de todo bien, haciéndose partícipes, según su capacidad, de las iluminaciones que El irradia. En la medida de sus fuerzas reciben el don de identificarse con el Bien y las demás cualidades descritas en mi libro Del Alma.

Si lo aplicamos a cuantos carecen de razón y a los irracionales, los que cruzan los aires, los que andan o se arrastran por la tierra, los que viven en el agua, los anfibios y los que se esconden bajo tierra o en cavernas. En fin, los seres de vida sensitiva. Todos son y viven gracias a la misma Bondad.

De modo semejante, las plantas sacan del mismo Bien la vida nutritiva y de crecimiento. Incluso las cosas inanimadas, sin vida ni alma, deben su existencia al mismo Bien.

3. Puesto que en realidad el Bien trasciende todo ser natural, sin estar limitado a forma alguna, es el creador de toda forma. Por no ser nada de cuanto es, El es el Supraser. Por no ser una vida, es la Vida. Sin ser una inteligencia, es la Sabiduría misma. Todo cuanto participa del Bien, participa de lo que, por estar en cierto modo limitado, da forma a lo informe. Y si es lícito hablar así, lo que no es anhela aquel Bien que trasciende todo ser. Más aún: se niega a todo ser y puja por descansar en el Bien supra-esencial.

4. Al ocuparme de otros temas me olvidé de decir que el Bien es Causa de las fuentes y fronteras de los cielos, de eso que ni mengua ni se expande, inmutable. Causa también de los movimientos circulares y silenciosos, por decirlo así, de los cielos inmensos. Asimismo del orden lijo con que las luces estrelladas decoran los cielos. Y de los astros errantes, en particular los dos de trayectoria circular, fuente de luz, que las Escrituras llaman "grandes". Son éstos los que nos dan a conocer los días y las noches, los meses y los años. Constituyen el marco para nombrar, medir y conservar los acontecimientos.

¿Y qué decir de los rayos del sol? La luz procede del Bien y es su imagen. Se alaba al Bien llamándole "Luz", como se honra al Arquetipo en su imagen. La Bondad propia de Dios, plenamente trascendente, lo invade todo, desde los seres más altos y perfectos hasta los más bajos. Está sobre todo: los más altos no llegan a la divina Bondad ni los más bajos escapan a su dominio. Ilumina todas las cosas que pueden recibir su luz, las crea, da vida, mantiene en su ser y perfecciona. De ella todas reciben medida, tiempo, número y orden. Su poder abraza el universo, es causa y fin de todo.

El gran Sol, siempre luciente y espléndido, es imagen donde se manifiesta la Bondad divina, eco distante del Bien. Ilumina todo lo que puede recibir su luz sin perder nada de su plenitud. Difunde sus rayos fulgurantes a lo alto y a lo bajo de todo el mundo visible. Si algo no participa de su luz, no es porque ésta sea deficiente en modo alguno; sería debido a la incapacidad o impedimento proveniente del objeto.

Ciertamente. Hay muchas cosas que la luz no ilumina mientras que brillan otras más lejanas. Nada hay en este mundo visible adonde llegue el sol con la portentosa fuerza de su resplandor. Es más, está en los orígenes de los cuerpos visibles, favorece la vida, los alimenta y hace crecer, los perfecciona, los purifica y renueva. Es medida y número de las estaciones y de los días y de todo nuestro tiempo. Era esta luz informe la que, según el santo Moisés, distinguió los tres primeros días en el principio.

La Bondad atrae hacia sí todas las cosas, por dispersas que estén, pues es Fuente divina y principio de unidad. Todo tiende hacia ella como a su fuente, su objetivo y centro de unidad. El Bien, como dice la Escritura, creó todas las cosas y es en definitiva la Causa perfecta. "En ella todas subsisten", se fundan y perseveran como en un poder receptáculo. Todo retorna al Bien como a su fin. Todas las cosas lo desean: por el conocimiento, las espirituales y dotadas de razón; por la sensación, las dotadas de sensibilidad; por el movimiento innato del apetito vital, las que no sienten. Las que carecen de vida y solamente existen propenden a cierta participación de la esencia del Uno.

Así ocurre con la luz, visible imagen de Dios. Atrae y vuelve hacia sí todas las cosas: las que se ven, las que se mueven, las que se iluminan, las que se calientan y, en general, todo aquello que alcanzan los rayos luminosos. De ahí le viene el nombre de sol, Odos, porque todo lo reúne, esto es, lo conserva y lo concentra.

Por eso, los seres que sienten buscan la luz para ver, para moverse, para ser iluminados, para calentarse y, en general, para que la luz los conserve en su ser. No digo esto como creía la Antigüedad, que consideraba al Sol como Dios, el autor del universo, que gobierna con rectitud el mundo que vemos. Pero sí afirmo que "desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras".

De todo esto se trata en la Teología simbólica. Aquí me limito a celebrar el término "luz" inteligible aplicada al Bien. Se llama luz intelectual al Bien porque ilumina toda inteligencia supraceleste y porque con su luz arroja toda ignorancia y error que haya en el alma. Purifica los ojos de la inteligencia ahuyentando la bruma de ignorancia que los envuelve; despierta, abre los párpados cerrados bajo el peso de las tinieblas.

Les concede primero un mediano resplandor; luego, cuando los ojos se han acomodado a la luz y la apetecen más, les va dando con mayor intensidad, "porque amaron mucho". Después no cesa de estimularlos a avanzar a medida que ellos se esfuerzan por elevar su mirada a las alturas.

Se llama "luz de la mente" aquel Bien que está sobre toda luz, como manantial de luz y foco desbordante. Con su plenitud inunda de luz toda inteligencia, sea en este mundo, en el universo o en los cielos. Todas las cosas se renuevan con tal luz. En su inmensidad las contiene todas; a todas precede y supera por su trascendencia. En El todas se agrupan, y contiene en su simplicidad todo principio de iluminación, pues es fuente de luz y la trasciende. Es más que luz, y en este bien se concentra toda razón e inteligencia. Como la ignorancia dispersa a los que yerran así, la presencia de luz en la inteligencia reúne a cuantos la reciben. Los perfecciona, los dirige al Ser que es de verdad. Los aparta de muchos errores, los llena de luz unificadora. Concentra su variedad de opiniones en un verdadero, puro y simple saber. Lo llena todo de luz unificadora.

7. Los teólogos alaban y ensalzan este Bien. Lo llaman Hermoso, Hermosura, Amor, Amado. Le dan cualquier otro nombre divino que convenga a esta fuente de amor y plenitud de gracia.

Hermoso y Hermosura se distinguen y unifican en la Causa que todo lo unifica. En todo ser distingamos la cualidad, que es participada, y el objeto, que la participa. Llamamos hermoso a aquello que participa de la hermosura y llamamos hermosura a la participación de la causa que la produce en las cosas.

Pero llamamos Hermosura a aquel que trasciende la hermosura de todas las criaturas, porque éstas la poseen como regalo de El, cada una según su capacidad. Como la luz irradia sobre todas las cosas, así esta Hermosura todo lo reviste irradiándose desde el propio manantial. Hermosura que llama todas las cosas a sí misma. De ahí su nombre Kalos, es decir, hermoso, que contiene en sí toda hermosura.

Se le llama Hermoso, pues lo es bajo todos los aspectos: contiene y excede toda hermosura. Hermoso eternamente, invariable. No nace ni perece, no aumenta ni disminuye. No es amable en un sentido y desagradable en otro, a veces hermoso y otras no; para unos hermoso y para otros feo, ni distinto en uno u otro lugar. No. Es constantemente idéntico a sí mismo, siempre hermoso. En El estaba en grado eminente toda hermosura antes de que ésta existiese. El es su fuente.

Nada hay hermoso que no haya brotado de aquella simplicísima Hermosura, su fuente. De esta Hermosura proceden todas las cosas, bellas cada cual a su manera. La Hermosura es causa de armonía, de amistad, de comunión; todo lo une y es fuente de todo. Es principio, Causa eficiente que mueve el universo y lo sostiene. Todas las cosas llevan dentro el deseo de hermosura. Va delante de todas como Meta y Amor a que aspiran, Causa final que todo lo orienta, pues es modelo al que nos configuramos y conforme al cual actuamos por deseo del Bien.

La Hermosura se identifica con el Bien. Todos los seres, sea cual fuere lo que los induce a obrar, buscan la Hermosura y el Bien. No hay nada en la naturaleza que no participe del Bien y de la Hermosura. Me atrevería a decir que aquello que no es participa también de la Hermosura y del Bien, porque es bueno y hermoso dirigirse al Bien supraesencial por vía de negación.

Esto -el Uno, el Bien y la Hermosura- es causa singular de multitud de bienes y hermosuras. Gracias a esto, todas las cosas subsisten en su esencia, se igualan y diferencian, son idénticas y opuestas, semejantes y diversas; los contrarios se entrelazan y los unidos no se confunden. Gracia a éstos, los seres superiores cuidan de los otros, los iguales se compenetran y los inferiores tienden a superarse conservando el equilibrio de su estabilidad en la unidad. Por esto, todos los seres, cada cual a su manera, están abiertos unos a otros, se comunican entre sí, se compenetran sin perder su identidad. De ahí la cohesión interna e indisoluble de las partes, la perseverancia en su ser y las renovaciones incesantes.

Las inteligencias, las almas y los cuerpos permanecen a la vez estables y en movimiento. El Bien-Hermosura, siendo trascendente, por encima de todo reposo y movimiento, fija a cada ser su propia naturaleza y le da el movimiento conveniente.

8. Dicen que las inteligencias celestes se mueven en sentido circular. Mientras están unidas a los resplandores, no tienen principio ni fin, pues proceden del Bien-Hermosura. Se mueven en línea recta cuando proceden como guía providente de sus inferiores, dirigiéndolo todo rectamente. Se mueven en espiral cuando, a la vez que cuidan de los inferiores, permanecen idénticas girando siempre alrededor del Bien-Hermosura, causa de su identidad.

El alma también está en movimiento. Movimiento circular cuando entra dentro de sí, se olvida de lo exterior y recoge sus potencias espirituales para que nada la distraiga. Es una especie de movimiento giratorio fijo que la hace tornar de la multiplicidad de las cosas externas y concentrarse en sí misma. íntimamente unidas ya el alma y sus potencias, el movimiento giratorio la levanta hasta el Bien-Hermosura, que trasciende todas las cosas, es uno y el mismo, sin principio ni fin.

Se mueve el alma en espiral cuando, según su capacidad, es iluminada con las noticias divinas, pero no por vía de intuición intelectual en plena concentración del alma, sino más bien por razonamiento discursivo, pasando de una a otra idea.

El movimiento es rectilíneo cuando el alma, en vez de entrar dentro de sí misma (lo cual es el movimiento circular, como he dicho), procede por las cosas que la rodean y se levanta de lo externo, como de símbolos varios y múltiples, a la contemplación de simplicidad y unión.

El Bien-Hermosura es la causa de estos movimientos, de lo sensible, de lo que permanece conservando su reposo y situación y del alma, fundamento de uno y otro. Bien-Hermosura los conserva y dirige por encima 'de todo reposo y movimiento. Es la fuente, el origen, el conservador, la meta y el objetivo del reposo y el movimiento. El ser y la vida del alma vienen de El, del mismo Bien-Hermosura de donde proceden lo pequeño y lo grande y lo mediano de la naturaleza, la medida y proporción de todas las cosas, armonías, conjuntos, las partes y el todo, lo universal y lo múltiple, el entrelazamiento de las partes, la síntesis de la multiplicidad, la perfección de conjuntos. Bien-Hermosura de que proceden la cualidad y cantidad, grandeza, infinitud, conglomeración y distinción, lo limitado y las limitaciones, los órdenes, las excelencias, elementos y formas, todo ser, poder, actividad, hábitos, sentido, razón, inteligencia, tacto, ciencia y unión.

En breve. Todo cuanto existe procede del Bien-Hermo­sura, en él está y se dirige a él. Es el motor de todo y todo lo conserva. Por gracia de El, por El y en El está todo princi­pio ejemplar, final, eficiente, formal, material. En una palabra: todo principio, toda conservación, todo fin, todo cuanto existe procede del Bien-Hermosura. Y aun lo que no existe está supraesencialmente en el Bien-Hermosura, que es el principio más que principal de todas las cosas y fin más que perfecto, "porque de El, y por El, y para El son todas las cosas", como dicen las Escrituras.

Por eso, todas las cosas deben desear, anhelar y amar al Bien-Hermosura. Por El y para El los inferiores aman a los superiores, los iguales aman y se comunican con sus semejantes, los superiores se ocupan de los inferiores. Todos y cada uno miran por sí mismos y se estimulan en hacer con perfección lo que hacen con los ojos puestos en el Bien-Hermosura.

Más aún. Nos atrevemos a decir realmente que la Causa de todas las cosas, por la sobreabundancia de bondad, todo lo ama, perfecciona, conserva y torna hacia sí. El deseo amoroso de Dios es Bondad que busca hacer el Bien para la misma Bondad. Deseo creador de la bondad del universo, preexistía sobreabundante en el Bien y no quedó en El encerrada. Le indujo a usar de la abundancia de su poder para crear el mundo.

11. No piense nadie que al ensalzar el término "deseo amoroso" vamos contra las Escrituras. Creo que seria insensatez absurda fijarse en la formalidad de las palabras más que en la fuerza de su significado. Nunca debe obrar así la persona que busque entender las realidades divinas. Así proceden quienes se interesan únicamente por oír superficialmente sonidos y no quieren entender el sentido de las palabras o cómo se pueda valorar el significado con expresiones similares. Son gentes que se contentan con líneas y letras sin sentido, sílabas y frases incomprensibles, que en manera alguna llegan al alma. No son más que sonidos en sus labios y oídos.

Como si fuera un error decir que dos y dos son cuatro, que línea recta es lo mismo que derecha, patria es lugar del nacimiento. Como si estuviera mal cambiar unas palabras por otras que significan lo mismo exactamente. Lo que debemos entender es que empleamos letras, sílabas, escritos y frases en razón de su significado. Por eso, cuando el alma, guiada por las potencias intelectivas, está centrada en el objeto del conocimiento, resulta inútil la operación de los sentidos. Lo mismo sucede al entendimiento cuando el alma, hecha ya deiforme por unión desconocida, con los ojos cerrados se adhiere a los rayos desprendidos de aquella "luz inaccesible".

En cambio, cuando el entendimiento, centrándose en la perfección de los sentidos, se levanta a la contemplación de lo inteligible, da especial importancia a las sensaciones más precisas, a las palabras más claras, a la mayor distinción con que ve las cosas. Porque no están claras las cosas que caen bajo los sentidos, no podrán éstos transmitirlas debidamente al entendimiento.

Si por hablar así pareciere que tergiversamos el sentido de las Santas Escrituras, quienes no están de acuerdo con la expresión "enamorarse" escuchen lo que sigue: "Ámala y ella te custodiará. Tenla en gran estima y ella te ensalzará". Tengan en cuenta, además, otros muchos pasajes que alaban la expresión "enamorarse" de Dios.

12. A algunos de los nuestros que tratan de las Sagradas Escrituras les ha parecido que "enamorarse de Dios" es más divino que simplemente "amar a Dios". San Ignacio escribe: "Han crucificado a aquel de quien yo estoy enamorado". Y en los libros que introducen a la Sagrada Escritura hay uno que dice de la Sabiduría: "Procuré desposarme con ella, enamorado de su hermosura".

Por tanto, no temamos emplear la expresión "enamorarse de Dios" y no nos alteremos por lo que alguien pueda decir de ambos nombres. Creo que "enamorarse de Dios" y "amor de dilección" lo usan los teólogos en el mismo sentido. Añadieron que, al hablar de Dios, se trata del verdadero amor. Porque la gente usa la palabra "amor" en sentido peyorativo. Nosotros, en conformidad con las Santas Escrituras, alabamos la expresión "amor verdadero" y la consideramos apta en relación con Dios. Otros, en cambio, llevados de su natural inclinación, tendieron a pensar en el amor apasionado, corporalmente compartido. Eso no es verdadero amor; es una sombra, una caricatura del amor auténtico. El hecho es que la gente no comprende la espiritualidad del amor divino, y por eso la expresión "enamorarse de Dios" les parece ofensiva. Por lo cual, se atribuye a la Sabiduría, a fin de que el vulgo llegue a entender el verdadero amor y deje de interpretarlo en el peor de los sentidos.

Sabemos bien que mucha gente de baja estofa piensa que hay algo absurdo en este versículo encantador: "Tu amor era para mí dulcísimo, más que el amor de las mujeres". Para quienes escuchan con entendimiento la palabra de Dios, el simple término "amor", tal como lo emplean los autores sagrados para manifestar los misterios divinos, tiene el mismo sentido que "enamoramiento". Ambos quieren decir lo mismo: unión, alianza, con especial referencia al Bien y Hermosura eternos. Procede del Bien-Hermosura, gracias al mismo Bien-Hermosura. Entrelaza las cosas iguales, inclina las superiores a cuidar de las inferiores y hace que éstas tiendan a las más altas.

13. Enamorarse de Dios lleva al éxtasis, pues quienes así aman están en el amado más que en sí mismos. Así se manifiesta en el amor que prodigan los de clase más alta a los más bajos. Asimismo lo demuestran los iguales por la unión que reina entre ellos. Lo que está más bajo se torna hacia lo más alto. Por eso el gran Pablo, arrebatado por su encendido amor a Dios y preso de poder extático, dijo estas palabras inspiradas: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí". Pablo estaba realmente enamorado, pues, como él dice, salía de sí mismo por estar con Dios. No contaba más con su propia vida, sino con la de aquel de quien él estaba enamorado.

Y hay que atreverse también a decir en honor a la ver­dad que el mismo Autor de todas las cosas vive fuera de sí por su providencia universal, por puro enamoramiento de las cosas. La bondad, amor y enamoramiento le seducen hasta hacerle salir de su morada trascendente y descender a vivir dentro de todo ser. Procede así en virtud de su infinito y extático poder de permanecer al mismo tiempo dentro de sí. Por lo cual, los que entienden de lo divino, llaman a Dios celoso, pues está poseído de un grande y misericordioso amor hacia todos los seres, y suscita en ellos el mismo celo. Así se muestra Dios celoso, pues siempre se siente celo por lo deseado. Al proveer en bien de todas las criaturas está probando su celo.

En conclusión. Podemos decir que el Bien-Hermosura es a la vez el amado y el amante. Tales propiedades existen en el Bien-Hermosura y por eso todo bien procede de El y se hace para el Bien-Hermosura.

14. Sin embargo, ¿por qué los teólogos hablan de Dios unas veces como enamorado y amante, y otras como el deseado y amado? Por un lado, El causa, produce y origina el amor. Bajo otro aspecto, El se muestra a la vez activo y pasivo, origen y término del movimiento. Por eso le llaman Amado y Deseado, por cuanto es Bien-Hermosura, y luego el Enamorado y Amante porque con su poder mueve y levanta todo hacia sí. En fin de cuentas, El es el Bien-Hermosura, el Uno que hace revelación de sí mismo, benéfica procesión de su unidad trascendente. Es Deseoso cuando simplemente se mueve a sí mismo, actúa por sí mismo, preexiste en el Bien hacia todo ser y luego regresa hasta el Bien. En este sentido se manifiesta excelentemente que el amor divino no tiene principio ni fin. Como un círculo eterno moviéndose desde el Bien, por el Bien, en el Bien y hacia el Bien. Círculo perfecto, siempre en el mismo centro, la misma dirección, el mismo caminar, el mismo retorno hasta su origen.

Todo esto lo ha explicado también divinamente aquel mi ínclito maestro en sus Himnos amatorios. Merece la pena que los recordemos aquí añadiéndolos a este nuestro discurso sobre el amor, como un capítulo sagrado al final de cuanto vengo diciendo sobre el Deseoso.

Palabras de Hieroteo, varón santísimo, en los Himnos amatorios. "Cuando nos referimos al deseo amoroso, bien se trate del divino, del angélico, del espiri­tual, del animal, del natural, debemos entender que es una fuerza o facultad unificante y entrelazadora que, sin duda, mueve a los seres superiores a cuidarse de los inferiores y a mantenerse en comunión los que son iguales y a que los inferiores tiendan hacia los más altos y relevantes".

Del mismo autor y de la misma obra: "He tratado ordenadamente de los varios deseos amorosos que se derivan del Uno. He descrito la naturaleza, conocimiento y poder propios de los deseos amorosos, correspondan o no a este mundo. Según el criterio que llevamos, se destacan los deseos amorosos de los órdenes y distinciones que forman los seres racionales y espirituales. Sobresalen los deseos amorosos más bellos, realmente divinos, que brotan espontáneamente. Los hemos alabado como es debido. Pero ahora voy a tratar de nuevo sobre los mismos deseos amorosos concentrándome en el único Amor deseoso, que contiene todos en sí mismo. Ante todo, reduzcamos a dos las potencias de los deseos amorosos. Sobre todas tiene primacía y manda la Causa irreprochable de todo deseo amoroso. Es en verdad el fin último que se afa­nan por alcanzar lo mejor que pueden todas las cosas en todo lugar".

17. Del mismo autor y de la misma obra: "Reunamos de nuevo todos éstos en uno solo y digamos que no hay más que un poder simple, a impulsos de sí mismo, que todo lo dirige a la unidad. Procede del Bien y llega hasta las criaturas inferiores. Luego retorna por la misma escala hasta el Bien. Y así sucesivamente en eterno círculo desde sí mismo, por sí, sobre sí y hacia sí mismo".

18. Objetará alguno: "Si el Bien-Hermosura es algo que todos desean, gustan y aman, pues, como he dicho, incluso lo que no existe en cierto modo pugna por concentrarse en El, forma de las cosas que carecen de ella y ser supraesencial que contiene incluso lo que no existe todavía. Si en el Bien-Hermosura están todas las cosas, ¿cómo es posible que la caterva de demonios no lo apetezcan? Y lo que es peor, ¿cómo en realidad prefieren lo material, y, perdida la condición angélica de tender siempre hacia el bien, son causa de todo mal para sí mismos y para los demás que ellos seducen? ¿Cómo es posible que los demonios, que tienen pleno origen en el Bien, carezcan de todo bien? ¿Qué es lo que los ha depravado? ¿Qué es realmente el mal? ¿De dónde proviene? ¿Dónde está? ¿Por qué el Bien decidió que exista el mal? ¿Y cómo pudo realizar su decisión? Más aún: si el mal tiene otro origen, ¿qué otra causa de las cosas existe, además del Bien? Y pues existe la Providencia, ¿cómo es posible el mal, cómo nace, por qué no lo acaba? ¿Cómo es posible que algunas cosas prefieran el mal al bien?

19. Quizá ante las dificultades haya alguien que hable así. Pero ahora le ruego considere la verdad de las cosas y de antemano le aseguro: el mal no procede del Bien, porque si de El procediera no sería mal. El fuego no nos enfría. De igual modo el Bien no produce el mal.

Si todo cuanto existe procede del Bien, y el Bien naturalmente produce y conserva mientras que el mal destruye y corrompe, nada de cuanto existe procede del mal. No existe el mal absoluto, porque se destruiría a sí mismo. Y si el mal no es del todo mal, tiene algo de Bien en sí, lo cual es causa de todo cuanto hay de ser en el mal. Si los seres todos tienden al Bien-Hermosura, si actúan buscando lo bueno, si todas sus intenciones se centran en el Bien como principio y como fin (pues nadie hace el mal por el mal, sino buscando algún bien), ¿qué sitio le queda al mal entre las cosas que existen, y cómo es posible que exista si carece totalmente de orientación hacia el Bien? Porque realmente si todas las cosas proceden del Bien, el Bien es supraesencial a todas las cosas, las cosas mismas que no tienen existencia existen ya en el Bien que supra-esencia.

El mal no existe. Si existiese no sería total­mente mal. Ni es tampoco un no-ser, pues nada hay que sea completamente no-ser, excepto cuando se dice que está sobresencialmente en el Bien. Porque el Bien se sitúa mucho más allá y es anterior al simple ser no-ser. El mal, en cambio, no existe ni en las cosas que son ni en las que no son, por lo mismo que carece de esencia. El mal dista del Bien más que el no-ser.

¿De dónde, pues, procede el mal?, dirá alguno. Si el mal no existe, la virtud y el vicio serán exactamente iguales, considerados en su totalidad o en sus partes. Cuanto se oponga a la virtud no será malo. Pero vemos que a la moderación se opone el exceso y a la justicia la injusticia. Y no quiero decir que estas contrariedades sean debidas a la persona de donde proceden, justa o injusta, moderada o intemperante. No. Mucho antes de que se puedan ver en el hombre lo bueno o lo malo existe ya en el alma la distinción entre virtud y vicio y el conflicto entre pasión y razón. Admitamos, pues, que hay algo contrario al Bien, y esto es el mal. El Bien no se opone a sí mismo. Procede de una sola fuente, único principio, y por eso goza de la comunión, unidad y concordia. Un bien menor no es enemigo del mayor, como lo que tiene menos calor no se opone a lo más caliente. Por tanto, el mal existe. Está en las cosas que tienen ser. Es opuesto y contrario al Bien. Si destruye cosas que han sido, no por eso deja de ser lo que es. Retiene el ser y lo transmite a cuanto de él nace. Pues ¿no sucede frecuentemente que la corrupción de una cosa es generación de otra? Por tanto, el mal así considerado contribuye a la perfección del universo y por su verdadera existencia lo libra de imperfección.

20. A todo esto contesta la recta razón diciendo que el mal, en cuanto es mal, en nada contribuye a la esencia o generación de las cosas, y que en cuanto está a su alcance, no hace más que dañar y destruir la sustancia de los seres. Y si alguien dijere que de esta manera el mal contribuye a la generación de las cosas, puesto que la corrupción de una sirve para la generación de otra, habría que responder: no contribuye a la generación en cuanto es corrupción. El mal en cuanto tal no hace más que corromper y pervertir. Del Bien proceden el ser y el devenir. Es decir, el mal por sí mismo no es más que fuerza destructora, pero es fuerza productora mediante la actividad del Bien. Por tanto, el mal en cuanto tal no es ser ni produce ser. Mediante la actuación del Bien, el mal es un ser, un buen ser, y produce cosas buenas.

Por supuesto, no podemos decir que una misma cosa es buena o mala bajo el mismo aspecto. Ni podemos decir que una sea la misma potencia destructora y constructiva del mismo ser bajo el mismo aspecto. Nada puede ser al mismo tiempo corrupción y destrucción. Por tanto, el mal por sí mismo no es el ser, ni bien. No tiene capacidad de producir ser alguno, ni bueno ni malo. Mientras que el Bien, dondequiera esté en plenitud, hace las cosas perfectas, sin mancha, íntegras. Las que participan menos del Bien son cosas buenas, pero imperfectas y mezcladas, según sea la providencia del Bien. El mal, pues, no es ni hace ningún bien.

Una cosa es más o menos buena según que se acerque más o menos a Dios. La Bondad perfecta se extiende por todas las cosas; no sólo se difunde por las óptimas esencias que le son cercanas. Llega hasta lo más bajo y remoto. Totalmente presente en algunos seres, en otros menos y mínima en otros, según la capacidad que cada cual tiene para recibirla.

Las hay que participan plenamente del Bien, otras más o menos privadas de El, algunas participan débilmente y, por último, están las que reciben apenas un vestigio del bien. Porque si el Bien no llegase a cada una de ellas, en la medida de su capacidad, las más antiguas y sagradas quedarían en último lugar. Y ¿cómo podría suceder que todas participasen uniformemente del Bien, cuando algunas de ellas no están bien dispuestas para la plena participación del mismo? Mas ahora, "la excelsa grandeza de su poder" se pone de manifiesto en el hecho de que corrobora de vigor a lo más débil, en cuanto participa de tal poder. Y me permito decir con toda verdad que los mismos seres que la rechazan reciben de El su poder de rebelión.

En resumen. Todas las cosas, por el mero hecho de ser, son buenas y proceden del Bien. Son deficientes en ser y bondad, según que estén más o menos alejadas del Bien. Cuando se trata de otras propiedades, como el frío y el calor, las cosas que estaban calientes pueden quedar frías. En realidad, hay seres que no dejan de ser lo que son aunque no tengan vida ni inteligencia.

Cierto. Dios mismo no está sujeto a ser. Está por encima de todo ser, porque es supraesencial. Todo ser, aunque pierda sus propiedades o nunca las haya tenido, no por eso pierde su razón de ser. Pero lo que esté absolutamente privado del Bien, jamás tuvo, ni tiene ni tendrá, ni puede tener, cualquier grado de ser. Por ejemplo, un hombre intemperante. Se priva del Bien en la medida que sus instintos esclavicen la razón. En tal sentido, su ser es deficiente y su deseo le lleva a lo que realmente no existe. Sin embargo, tiene cierta participación en el Bien, desde el momento que hay en él un eco del amor y de la unidad auténticos. La ira también participa del Bien por lo mismo que se mueve y desea corregir aquellas cosas que parecen malas respecto a lo que lleva en sí la apariencia de ser mejor. Incluso la persona que desea vida perversísima busca algo que le parece bueno. Así participa del Bien deseando una vida que -a mi juicio- parece digna. Si se prescinde absolutamente del Bien no habrá esencia ni vida, ni apetito ni movimiento, ni otra cosa alguna.

No es el poder del mal lo que hace renacer después de la destrucción. El Bien, aunque sea pequeño, es el principio de renacimiento. La enfermedad es un defecto del organismo, pero no de todo él, porque si el organismo desapareciere del todo, tampoco sería posible la enfermedad. La enfermedad existe, permanece. Su existencia, sin embargo, es de ínfimo grado, mínima presencia del ser. Lo que carece, pues, de bien no es nada ni existe en las cosas que son; lo que está mezclado con otros seres, en ellos existe gracias al Bien, y en tanto existe en ellos en cuanto participa del Bien. Más claro: todo cuanto existe es más o menos ser, en la medida que participe del Bien, porque, en relación al ser, lo que carece completamente de ser es pura nada. Pero aquello que en parte es y en parte no es no existe en cuanto se apartó del Ser que es siempre. Pero en la medida que participa de aquel Ser, realmente existe, y gracias a esta participación se conservan y mantienen juntamente lo que hay de ser y no ser.

Lo mismo ocurre con el mal. Lo que se apartó totalmente del Bien no tiene existencia ni entre las cosas más o menos buenas. Aquello, en cambio, que en parte es bueno y en parte menos bueno, se opone en parte al Bien, pero no a todo el Bien y, por tanto, permanecerá en el ser por su participación parcial del Bien. De ese modo, el Bien pone subsistencia donde hace falta, al ofrecer plena participación de sí mismo. Si desapareciera por completo el Bien, no quedaría nada enteramente bueno o bueno a medias. Ni siquiera el mismo mal. Porque si el mal es un bien imperfecto, desaparecería todo bien, perfecto o imperfecto. Habrá mal y será visible por contraste con aquello a que mezclado se opone. Donde todo es íntegramente bueno, el mal no existe. Es totalmente imposible que una cosa sea y no sea al mismo tiempo bajo el mismo aspecto. Por consiguiente, el mal no es ser.

21. El mal tampoco está en las cosas, porque si todas proceden del Bien y en todas está el Bien y ellas en él, no hay lugar para el mal en las cosas que son, pues si lo hubiera, el mal estaría en el Bien. Pero el mal no puede estar en el Bien como no puede el frío estar en el fuego. Ni el mal es compatible con la fuerza, que tiene poder para cambiar el mal en bien.

Supongamos que el mal está en el Bien, ¿cómo puede estar en él? ¿Porque procede del Bien? Eso es absurdo, imposible, pues, como dice la Escritura: "No puede el árbol bueno dar malos frutos", ni al contrario. Y si no procede del Bien, es claro que se origina de otro principio o causa. O sea, que el mal procede del Bien o el Bien procede del mal. Y si esto fuere imposible, tanto el Bien como el mal procederían de otro principio o causa. Es imposible que dos cosas sean único principio. La unidad es principio de toda dualidad. Es asimismo absurdo que de una sola y misma cosa procedan y existan dos enteramente contrarias y que el mismo principio no sea ni simple ni único, sino dividido y doble en contradicción consigo mismo.

Más aún. Es imposible que los seres tengan dos principios, opuesto el uno al otro y siempre en conflicto. Si esto fuera así, Dios mismo no estaría tranquilo ni libre de molestias, pues habría algo que le perturbaría. Además, todas las cosas estarían desordenadas y en continua lucha.

El hecho es que los santos teólogos cantan himnos de alabanza al Bien porque da amistad y paz a todos los seres. Por eso todos los bienes se muestran amables y están en armonía, pues proceden de la misma Vida. Se orientan hacia el único Bien, semejantes, plácidos y amables entre sí. Por tanto, el mal no está en Dios, ni es divino, ni viene de Dios. Si Dios fuera autor del mal habría que decir que Dios no es bueno, que El no es quien crea lo bueno. Si El es quien hace todo, hará unas veces lo malo y otras lo bueno. Si ésta es su manera de obrar, habría en El cambio sustancial y aun respecto a lo que es en El más divino: el ser Causa universal. Si el Bien fuese en Dios solamente una parte de su sustancia, Dios sería al mismo tiempo ser y no ser. No ser siempre que se aparte del Bien. Evidentemente, si el Bien que hay en Dios no es más que una simple participación del Bien, el Bien de Dios le vendría de otra parte, no de sí mismo. Dios lo tendría unas veces y otras no.

22. En conclusión. El mal ni procede de Dios, ni está en Dios de manera  absoluta ni por algún tiempo. Tampoco en los ángeles hay mal. Porque si el ángel bueno anuncia la bondad divina, él mismo participa de su misma bondad en segundo rango, pues su mensaje es anterior y causa del mismo ángel. El ángel es imagen de Dios. Es una manifestación de la luz oculta. Es un espejo puro, brillante, limpio, inmaculado, que recibe, si es lícito hablar así, toda la hermosura de la bondad deiforme y haciendo fulgurar en sí mismo, en cuanto es posible, la bondad del Silencio inaccesible. Por eso, en los ángeles no hay mal. Son "malos" porque castigan a los pecadores, dirá alguno. Naturalmente, en este sentido serían malos quienes corrigen a los delincuentes. Serían malos los sacerdotes que prohíben a los profanos participar en los misterios sagrados. No está, pues, el mal en castigar, sino en hacerse merecedor del castigo. No está el mal en apartar a los profanos de los misterios sagrados, sino en estar manchados con delitos y hacerse indignos de lo sagrado.

23. Ni aun los demonios son malos por naturaleza; porque si lo fueran no procederían del Bien ni existirían en el universo. No habrían podido apartarse del Bien si hubiesen sido siempre esencialmente malos. Por lo demás, ¿son totalmente malos consigo mismos o lo son para otros? En el primer caso, se perjudican a sí mismos. Si lo son para otros, ¿cómo dañan y qué destruyen? ¿La esencia, el hábito, el acto? Si destruyen la esencia, quede claro ante todo que no pueden ser destruidas sino aquellas que están sometidas a descomposición. En segundo lugar, el hecho de destruir no es un mal en sí mismo en todos los casos y circunstancias. Además, ningún ser puede ser destruido en cuanto a su esencia y naturaleza. La destrucción es, en efecto, una deficiencia en la constitución natural del ser. Falta de equilibrio en la expresión armoniosa y simétrica del conjunto hasta el punto de no poder seguir siendo lo que es. Pero no es una descomposición total. Si lo fuese habría acabado por completo con el proceso de descomposición y con el ser que la padecía. Eso equivaldría a la propia muerte. Se trata, pues, no del mal, sino de la falta de bien. Lo que está absolutamente privado de bien ni siquiera es ser. La misma razón puede darse respecto a la destrucción del hábito y el acto.

Los demonios no pueden ser malos, puesto que deben a Dios su existencia. El Bien crea y conserva los seres buenos. Si se dicen malos, no es por razón de su ser en cuanto tal, pues tienen su origen en el Bien y recibieron una esencia buena. Su mal está en la falta de ser, como dice la Escritura: "No guardaron su principado y abandonaron su propio domicilio". Pregunto: ¿En qué fueron depravados los demonios excepto en el hecho de haberse negado a amar y cumplir bienes divinos? De otro modo, los demonios hubieran sido malos por naturaleza, lo habrían sido eternamente. Pero el mal es variable. Si el mal no es permanente y los demonios permanecen siempre en el mismo ser, no son esencialmente malos. La permanencia es una propiedad del Bien, y si los demonios no han sido siempre malos, no lo son por naturaleza. Su malicia consiste en la falta de cualidades angélicas.

Ni tampoco están absolutamente privados de bien en cuanto son, viven, entienden, y queda aún en ellos cierto movimiento de deseo. Se dice que son malos por razón de su flaqueza en actividad natural, no en su ser. La depravación, pues, es el mal para ellos; la ausencia y abandono de aquellas cosas que les son connaturales. Es privación, imperfección, impotencia. Es debilitamiento, caída, ausencia de la facultad que los conservaría perfectos.

Pero ¿qué hay de malo, además, en los demonios? El furor irracional, concupiscencia loca, imaginación perturbadora. Pero esto, aunque se encuentre en los demonios, no lo hay en todos. No todo esto es malo en sí absolutamente. Porque en otros seres animados no es la posesión de estas cualidades lo que los lleva a la muerte y, por consiguiente, al mal, sino la falta de ella. El poseerlas contribuye irrealmente a asegurarles la  vida y vigoriza la naturaleza de los seres vivientes que las tienen.

Por tanto, los demonios no son malos por cuanto hay en ellos conforme a la naturaleza, sino por lo que de ella les falta. Ni todo el bien que les fue concedido ha desaparecido absolutamente. No. Ellos mismos se apartaron del bien que se les había concedido. Ni tampoco han sido completamente cambiadas las dotes angélicas que recibieron. Se encuentran íntegras y claramente visibles, por más que ellos, en manera alguna, las reconozcan, por cuanto han embotado su poder de ver el bien, ni siquiera en sí mismos.

Todo ser procede del Bien, es bueno y desea lo hermoso y el Bien por el hecho de desear ser, vivir y pensar. Son malos en la medida que están privados de ser, y por desear lo que no es, apetecen el mal.

24. Quizá alguien diga que las almas son malas. Se podrían fundar en que las acosa el mal mientras ellas se esfuerzan por evitarlo. Eso no es malo. Es bueno, procede del Bien, que saca bien del mal.

Pero si decimos que las almas pueden pervertirse, ¿qué otra cosa es esto sino falta en los buenos hábitos y actos, apartarse de ellos por innata fragilidad que desvía del fin? Decimos que el aire que nos rodea se oscurece por deficiencia en la luz y por su ausencia. Pero la luz es siempre luz e ilumina las tinieblas. Así ocurre con el mal.

El mal, en cuanto tal, no está ni en los demonios ni en nosotros. En realidad es defecto y carencia de perfección en los bienes que nos son propios.

25. Ni hay que buscar el mal en los brutos animales. Suprime el furor, la concupiscencia y demás cosas que llaman naturalmente malas, pero en realidad no lo son. El león, por ejemplo, desprovisto de su fiereza y soberbia, deja de ser león. El perro, si es manso para todos, deja de ser perro, pues lo propio de él es vigilar, dejar que el dueño se acerque y ahuyentar a los extraños. Así es que la incorrupción de la naturaleza en modo alguno es mala; al contrario, el mal está en la corrupción, debilidad, falta de cualidades naturales, como es la actividad y facultades. Y si todo cuanto nace adquiere su perfección con el tiempo, entonces la imperfección no es totalmente contra naturaleza.

26. El mal no está formando parte de la naturaleza en cuanto tal. Porque si todas las leyes naturales proceden del sistema universal de la naturaleza, no hallamos nada que las contraríe. Tan sólo en el dominio de lo particular se puede hablar de ir contra naturaleza o conforme a ella. Con relación a lo que es contra naturaleza, en unos lo es bajo un aspecto y en otros no es así. Es mal en la naturaleza lo que es contrario a ella y la priva de lo que es natural.

Por tanto, la naturaleza no es mala. El mal consiste en la incapacidad que tienen las cosas para alcanzar el más alto grado de perfección a que están llamadas.

27. No está el mal en los cuerpos, porque la fealdad y la enfermedad son un defecto de forma y carencia del orden debido. Esto no es absolutamente malo, sino menos hermoso. Desaparecería por completo el cuerpo si hermosura, forma y orden se destruyesen por completo.

También es obvio que el cuerpo no es causa del mal en el alma. El mal, para actuar, no necesita estar pegado a un cuerpo, como está claro en el caso de los demonios. El mal, sea en la mente, en las almas o en los cuerpos, es siempre una debilidad y defecto de las propias fuerzas.

28. Ni siquiera puede admitirse aquella sentencia común: "En la materia está el mal, en cuanto es mal", porque la materia participa del cosmos, hermosura y forma. Si la materia, privada de esto, por su propia naturaleza no posee cualidad ni belleza alguna, ¿cómo podrá producir algo si ni siquiera tiene capacidad receptiva? Ciertamente. La materia no puede ser un mal. Si nunca ha existido en modo alguno, entonces no es mala ni buena. Si de alguna manera es, tiene que proceder del Bien, porque todo bien procede del Bien. De este modo, o el Bien produce el mal, y entonces el mal es un bien porque procede del Bien, o el mal produce el Bien, y entonces el Bien es mal porque procede del mal.

Concluimos diciendo que hay dos principios. Pero si hubiera dos, dependerían de algún otro principio único. Y si se dice que la materia fue necesaria para la formación del universo, ¿cómo puede ser mala la materia? Ser malo y ser necesario son dos cosas diferentes. ¿Cómo puede el Bien producir algo bueno de lo malo? ¿Y cómo puede ser malo aquello de lo que necesita el Bien? Porque el mal huye de la naturaleza del Bien. Pero ¿cómo la materia, si es mala, engendra y nutre la naturaleza? Porque el mal en cuanto mal nada engendra, nada nutre, nada hace, nada salva. Y si dicen que la materia no causa el mal en las almas, pues sólo las instiga al mal, ¿cómo puede ser eso verdad, puesto que muchas almas tienen la mirada puesta derechamente en el Bien? ¿Cómo sería esto posible si la materia inclinase las almas irresistiblemente al mal?

Por consiguiente, la materia no es causa del mal en las almas. El mal le viene de cierto movimiento desordenado y pecaminoso. Si dicen que las almas dependen de la materia, pues todo ser que no subsiste por sí mismo necesita de materia inestable, ¿hasta qué punto es necesario el mal? O ¿cómo puede ser malo aquello que es necesario?

29. No decimos que la privación, por su pro­pia fuerza, esté en contradicción con el Bien. Privación total es igual a falta absoluta de poder. La privación parcial tiene su fuerza no en cuanto privación, sino por cuanto no es privación total. La privación parcial de bien todavía no es un mal, y si la privación es total, desaparece la misma naturaleza del mal.

30. En resumen. El Bien procede de una sola e íntegra causa y el mal se origina de muchos y parciales defectos. Dios conoce el mal en lo que tiene de bien. En el bien, las causas del mal son fuerzas para el bien. Si el mal es eterno, creador, poderoso ser y obrar, ¿de dónde le viene todo eso? ¿Del Bien? ¿Del mal producido por el Bien? ¿Proceden ambos de una tercera causa?

En la naturaleza todo efecto se origina de una causa determinada. Entonces el mal, que no tiene causa determinada, será contrario a la naturaleza. Y lo que es contra naturaleza no existe en la naturaleza, como en el arte no hay lugar para lo que no es artístico. ¿Será entonces el alma la causa del mal como el fuego es causa del calor? ¿Llena el alma de malicia a todo lo que se le acerca? O ¿será que el alma, buena por naturaleza, procede a veces de una manera y a veces de otra? Si es mala por naturaleza, ¿de dónde le viene su ser? ¿De la Causa buena, creadora de todas las cosas? Si tal es su origen, ¿cómo puede ser esencialmente mala, ya que todos los efectos de esta Causa son buenos? Si, al contrario, el mal radica en las operaciones del alma, ¿de dónde procederían las virtudes? ¿No proceden éstas de un principio inclinado al Bien? Resulta, pues, que el mal es una debilidad y falta de Bien.

La causa de todos los bienes es una sola. Si el mal es contrario al Bien, muchas deben ser las causas del mal. No son ni la razón ni la fuerza las causas del mal, sino la impotencia, la debilidad y cierta mezcla desarmoniosa y discordante. Los males no son inmóviles ni siempre se encuentran de igual manera. Son múltiples y con infinidad de variaciones. Además, el Bien debe ser el principio y finalidad del mal y de todos los bienes. Las cosas, buenas y malas, se hacen buscando el Bien. Incluso cuando practicamos el mal pretendemos el bien, pues nadie actúa proponiéndose el mal. Por tanto, el mal no se basa en la sustancia, sino en el simulacro de sustancia, pues al poner­lo por obra se busca el Bien.

Nos vemos obligados a admitir que el mal existe per accidens. Como excrecencia de otro ser, no por propio principio. Su presencia parece justificada porque se hace en función del Bien, aunque en realidad no lo sea, ya que tomamos como bueno algo que no lo es. Claro está que desear es diferente de realizar.

El mal, pues, se aparta del camino, está fuera del plan, fuera de la naturaleza, de causa, de principio, de finalidad, de término, de voluntad y de sustancia. El mal, por tanto, es privación, deficiencia, debilidad, desorden, error, irreflexión, ausencia de hermosura, de vida, de inteligencia, de razón, de finalidad, de estabilidad, de perfección, de fundamento, de causa. Es indefinido, estéril, inerte, débil, confuso, desemejante, no limitado, tenebroso, insustancial. Por sí mismo no existe ni en modo ni en parte alguna.

Entonces, ¿cómo podrá el mal, estando mezclado con el Bien, hacer algo con perfección? Lo que es totalmente nada en su mezcla con el Bien carece de ser y de poder, y si el Bien tiene ser, querer, poder y acción, ¿cómo aquello que es su opuesto -falta de ser, de querer, de poder y acción- tiene poder alguno contra el Bien? La razón es porque las cosas malas no son totalmente malas bajo todos los aspectos. Para el demonio, el mal consiste en haberse apartado de la buena inteligencia; para el alma, en actuar contra conciencia; para el cuerpo, en ir contra naturaleza.

33. Dado que hay Providencia, ¿cómo puede existir el mal? El mal en cuanto tal no es ser ni está en las cosas. Además, nada escapa a la Providencia ni hay mal que no esté mezclado con algún bien. Y si no existe ser alguno que no tenga algo de bien, y el mal es la carencia de Bien, y si ningún ser está completamente desprovisto de Bien, la Providencia de Dios debe estar en todas las cosas sin poder faltar en nada. Y hasta de aquellos que se hicieron malos usa misericordiosamente la Providencia para utilidad colectiva o particular.

Por lo cual, no estamos en modo alguno conformes con la infundada idea que tiene mucha gente cuando dice que la divina Providencia debería llevarnos a la virtud, aunque no quisiéramos. La Providencia no va contra naturaleza. Por lo cual, conservando la naturaleza de cada cual, mira por quienes disfrutan de libre albedrío para que actúen por determinación e iniciativa propias, como individuos o como grupos. De manera general y propia de cada uno en cuanto la naturaleza de aquellos a quienes se provee es capaz de los beneficios de la universal y fecunda Providencia. Beneficios que son dados a cada uno según su capacidad.

34. Por consiguiente, el mal no es nada ni existe en las cosas. El mal en cuanto tal no se encuentra en ninguna parte, y su origen se debe a la debilidad, no a un poder. El ser de los demonios es en sí mismo bueno y procede del Bien. Los demonios son malos por la fragilidad de haberse apartado de aquel estado permanente de perfección y virtudes propias  de los ángeles. Ellos también desean el Bien, en cuanto apetecen ser, vivir y entender. Buscan lo que no es en la medida que no tienden al Bien. Esto no significa falta de deseo, sino más bien falta de orientación al Bien.

35. La Escritura habla de quienes pecan conscientemente. Se refiere a quienes son deficientes en el conocimiento y práctica del Bien. También se refiere la Escritura a "quien, conociendo la voluntad de Dios, no se preparó ni hizo conforme a ella". Es decir, aquellos que, habiendo oído, son muy débiles en la fe, sea para confiar en el Bien o para practicarlo. Hay algunos de tan mala voluntad que no quieren conocer cómo obrar el Bien. En suma, mal, como he dicho muchas veces, es debilidad, impotencia, falta de conocimiento, ignorancia de lo que no se puede menos de saber, deficiencia de fe, de deseo y de práctica del Bien.

Pero podrá decir alguno que la debilidad no merece castigo, antes bien, es digna de perdón. Esto sería justo si el hombre careciese de fuerza para superar su fragilidad. Pero el Bien, como dice la Escritura, da generalmente a cada uno las fuerzas necesarias y, por tanto, no puede excusarse aquel que se aparta del buen hábito de los propios principios, por perversión, abandono o negligencia.

Todo esto ya lo expuse con detenimiento, según mis fuerzas, en el tratado Del justo y del Juicio de Dios. En aquel piadoso tratado, la verdad de las Escrituras rechaza como impías y necias las razones sofísticas que acusan a Dios de injusticia y de mentira.

Por ahora, según mis posibilidades, he tributado suficientes alabanzas al Bien, en cuanto es digno de alabanza por ser realmente maravilloso, principio y fin de todas las cosas, Fuerza que todo lo abraza y da forma a la nada. El es a Causa de todos los bienes, sin serlo del mal. Es Providencia y bondad absoluta, que supera todas las cosas, las que son tanto como las que no existen. Capaz de transformar en bien los males y lo que está privado de bien. Alabanzas a quien todas las cosas desean, anhelan y aman. A El convienen todas las otras cualidades que, a mi juicio, he presentado con rectitud en lo que precede.


CAPÍTULO V: Del ser y de los arquetipos

1. Pasemos ahora al nombre divino del "Ser", que los teólogos dan a aquel que realmente existe. Pero he de advertir de antemano que no es mi propósito tratar del ser en cuanto es Supraesencia, el cual es inefable, desconocido y por encima de toda unidad. Mi intento es celebrar el proce­so por el cual la absoluta Fuente de toda esencia da ser a todo ser.

El nombre divino "Bien" revela efectivamente todo el proceso de la Causa universal, que se extiende al ser y al no ser al mismo tiempo que los trasciende. El nombre de "Ser" se dice de todos los seres que son y a todos los trasciende. El nombre "Vida" se extiende a los seres vivientes y a todos trasciende. El nombre "Sabiduría" alcanza a los seres inteligentes, que raciocinan, sienten y a todos los trasciende.

2. Me propongo ahora hablar de las denominaciones de Dios que manifiestan su divina Providencia. No prometo aquí explicar y aclarar la bondad supraesencial ni la esencia, vida y sabiduría de la Deidad que todo lo trasciende, como nos dicen las Sagradas Escrituras. Puso su asiento en lo escondido, sobre toda bondad, divinidad, ser, sabiduría y vida. Lo que voy a decir se refiere a la misericordiosa Providencia, manifiesta sobre nosotros, Causa de bienes, bondad eminente. La celebro como ser, vida, sabiduría creadora, causa de la sustancia y de la vida. Ella dispensa la sabiduría a los seres que participan de su sustancia, vida, inteligencia, razón y sentido. No pienso que el Bien sea una cosa y el Ser otra, ni que sean distintas Vida y Sabiduría. No digo que haya muchas causas y diferentes divinidades, de rango variado, inferior y superior, todas ellas productoras de diferentes efectos. No; mantengo que hay un solo Dios, único Principio de los diferentes atributos. A El convienen los nombres divinos a que me refiero. El primer nombre nos habla de la Providencia universal del único Dios; los otros manifiestan los distintos modos en que de forma general o concreta actúa providencialmente.

3. Dirá alguno: "Dado que hay más seres que vivien­tes, y que son más numerosos los seres vivientes que los seres inteligentes, ¿por qué los vivientes se anteponen a los que son meramente seres, los sensitivos a los meramente vivos, a éstos los racionales, a los racionales los espirituales, que están más cerca de Dios y en más íntima relación con El? Podría pensarse que cuanto más parte tengan en los dones de Dios, más aventajan a los otros y los sobrepujan".

Esto sería correcto suponiendo que los seres inteligentes ni tienen ser ni vida. La realidad es que las inteligencias divinas aventajan a los demás seres y viven de manera superior a los vivientes. Su entender y conocer es superior al sentido y a la razón. Desean y apetecen el Bien-Hermosura más que los otros seres. Más próximos al Bien, participan y reciben de El mayores dones. De modo semejante, los seres racionales aventajan a los sensitivos simplemente porque gozan de razón. A su vez, éstos aventajan a los meros vivientes por el hecho de ser sensibles. Y los vivientes, por su vida, a los demás que no la tienen. Pues, a mi parecer, ésta es la verdad. Las cosas, cuanto más participen de la infinita generosidad de Dios, más cerca están de El y más excelentes son con respecto a los demás seres.

4. Puesto que ya hemos hablado bastante de todo esto, hablemos ahora del Bien, como puro ser y causa de todos los seres. Aquel que es y todo lo trasciende en virtud de su poder. Es Causa sustancial y autor de todo ser, persona, existencia, sustancia y naturaleza. Es principio y medida de los siglos. El Ser en que se apoya el tiempo y eternidad que abraza los seres. El Ser de todo lo que de algún modo es. Devenir de cuanto se sucede. De aquel que es vienen la eternidad, esencia, ser, tiempo, devenir y efectos del devenir. Es aquello que es y cuanto lo sustenta, lo que de algún modo existe y lo que por sí existe. Dios no es cualquiera de los seres. No. Pero de forma simple e indefinible abarca y contiene de antemano en sí todo el ser. Por eso, se llama "Rey de los siglos", pues en El, con El y por su poder todo ser es y subsiste. No fue antes ni será después, ni es un devenir, ni llegará a ser nada. No. El no es un ser. El es el Ser de los seres. No sólo las cosas que son, sino el mismo ser de las cosas, del ser siempre, eterno. Porque El es eternidad de eternidades, que "existió antes de todos los siglos".

5. Repetimos. Todo ser y todas las edades derivan su existencia de aquel Ser que fue anterior a todos. De El proceden toda eternidad y tiempo. El es anterior al principio y causa de toda la eternidad, del tiempo y de todas las cosas. Todas participan de El y El nada abandona. "El es antes que todo y todo subsiste en Él". En breve, anterior a  todo cuanto existe, en El todo tiene su fundamento y se conserva.

Antes de todas las participaciones de El, se presupone el mismo ser y es el Ser por sí. Es anterior al ser Vida y al ser Inteligencia y al ser Semejante a la misma Divinidad. Todo ser que participe en estas cosas debe antes que nada participar en el Ser. Con mayor precisión: todas aquellas cualidades de que otras cosas participan previamente su­ponen el ser. Considera todo cuanto existe. Nada hay que no sea esencia y tiempo, envoltura con que los cobija el que es por sí. Por eso, Dios, como autor de todas las cosas, es celebrado ante todo como "el que es". En grado eminente existió antes que nada y es fuente de todo ser, pues contiene en sí todo ser. Por lo cual existen los principios de todos los seres y ejercen su función de principios. Primero son. Luego sirven de fundamento.

Se puede expresar así. La vida en cuanto tal es el principio de todo ser viviente. La Semejanza de cuanto es semejante, la Unidad de lo unido, el Orden de lo ordenado. Y así todo lo demás. Te encontrarás con que todas las demás cosas participan de una u otra cualidad o de muchas. Lo que ellos tienen primariamente es la existencia, la cual los asegura de su permanencia y de que son fundamento de tal o cual cosa. Existen sólo por participación en el Ser. Con mucha más razón, pues, participan del Ser las cosas que existen gracias a estas participaciones.

Así, pues, el primer atributo de la Bondad supraesencial es el don de ser, y con razón así se reconoce. En ella y de ella misma es el Ser por sí y los principios de las cosas y todas las cosas que son o hayan de ser, de cualquier modo que sean. Esto sin limitación, comprehensiva y singularmente.

La Unidad contiene uniformemente en sí misma todo número. Todo número se halla unido en la Unidad, y cuanto más de ella se aleja, tanto más se multiplica y divide.

Todas las líneas del círculo existen juntamente con el centro por una sola unión y el punto tiene todas las líneas rectas uniformemente unidas entre sí y con el único principio por el cual existen. En el mismo centro se hallan absolutamente unidas, de modo que cuando se separan poco de éste, también distan más entre sí. Y por decirlo de una vez: cuanto más cercanas estén del centro, tanto más unidas estarán entre sí; y cuanto más disten del centro, tanto más distarán entre sí.

En toda la disposición del universo, las maneras de ser de toda la naturaleza están ordenadas con una sola misión inconfusa. En el alma están íntimamente unidas las facultades que proveen a todas las partes del cuerpo. Por eso no tiene nada de absurdo que desde las pequeñas e insignificantes imágenes y ejemplos nos elevemos a la única Causa de todas las cosas y con ojos que ven más allá del universo contemplemos todo unido y uniforme, aun las cosas contrarias entre sí. Porque aquella Causa es el principio de las cosas. De ella provienen el ser mismo y toda clase de seres, todo principio, todo fin, toda vida, toda inmortalidad, toda sabiduría, todo orden, toda congruencia, toda potencia, toda conservación, toda fuerza, toda permanencia, toda inteligencia, toda razón, todo sentido, todo hábito, todo estado, todo movimiento, toda unión, todo conjunto, toda amistad, toda diferencia, toda distinción, toda definición. Todo atributo, que, por el mero hecho de ser, imprime su sello en todos los demás seres.

8. Además, de esta misma Causa universal provienen todos aquellos seres inteligentes e inteligibles: los ángeles deiformes. De ella proviene también la naturaleza de las almas y la naturaleza del universo, con todas las cosas y cualidades que subsisten en otros objetos o en el proceso de nuestros pensamientos. De allí proceden también aquellos santísimos y muy venerables poderes que tienen la más real existencia, la que constituye, por decirlo así, el vestíbulo de la Trinidad supraesencial. De ella proceden, en ella existen y de ella derivan su semejanza divina. Siguen luego los seres en grado inferior y potencias del último rango, las que están en el ínfimo lugar con relación a su naturaleza angélica, pues en relación a la humanidad se trata de una forma de existencia aun superior.

Luego están las almas, con todas las demás criaturas. De la misma Causa reciben el ser y el estar bien en que son y están bien. Allí tienen su principio, conservación y finalidad. Aquel que es ante todo da la más alta medida de existencia a los seres más elevados: existencias eternas las llama la Escritura. Pero el Ser en sí nunca está ausente de estos seres, y tal Ser procede de Aquel que es anterior a todo. No es un aspecto del ser; el ser una faceta de El. No está contenido en el ser, sino que El contiene al ser. El es la eternidad del ser, origen y medida del ser. El es anterior a la esencia, a la existencia y a la eternidad. El es la fuente creadora, el medio y fin de todas las cosas. Por eso, la Sagrada Escritura llama de muchas maneras a Aquel que es verdaderamente anterior a todo ser. A El propiamente se le atribuye el pasado, el presente y el futuro. También lo hecho, lo que se hace y lo que se hará.

Todas estas características, cuando se entienden como conviene a Dios, significan que El está sobre todo conocimiento, que es suprasustancial y Causa de todo aquello que de algún modo es. No tiene una clase de existencia y carece de otra. No. El es todas las cosas por ser la Causa de todo. Es anterior a todo principio y fin de las cosas. Superior a todo porque todo lo trasciende.

Por lo cual, de El se puede predicar cualquier atributo y en realidad no se identifica con ninguno. Es de toda figura y de toda forma, pero sin forma ni hermosura alguna, porque en su incomprensible prioridad y trascendencia contiene anticipadamente los mismos principios, medios y fines de las cosas. El les comunica su pura iluminación, de suerte que todas existen en virtud de esta Causa única e indiferenciada.

El sol que conocemos es uno. Única luz que actúa sobre las esencias y cualidades de las muchas y variadas cosas que vemos. Las renueva, alimenta, protege y perfecciona. Establece las diferencias entre ellas y las unifica. Les da calor y las hace fructificar. Las renueva, fecunda, da crecimiento, cambia, enraíza y hace florecer. Las aviva y desarrolla. Cada cosa a su manera participa del mismo y único sol, el cual, siendo uno solo, anticipó uniformemente en sí mismo las causas de los muchos que participan de él.

Con mayor razón se ha de conceder ciertamente que todo esto ocurre en la causa del mismo sol y de todas las cosas. Los arquetipos existen previamente en Dios como supraunidad. El es autor de todas las esencias. Lo que llamamos "arquetipos o ejemplares" son en Dios las razones esenciales de las cosas, que preexisten en Dios simple mente. La teología las llama "predefiniciones", voluntades divinas y buenas, definidoras y creadoras de las cosas, según las cuales aquel que es Supraesencia predefinió y produjo todas las cosas que son.

9. Puede suceder que Clemente, el filósofo, use el término "ejemplar" con relación a las cosas principales, pero su discurso no procede conforme al propio, perfecto y simple nombre. Aun concediendo que habló rectamente, estaríamos obligados a recordar la frase de la Sagrada Escritura: "No te he mostrado estas cosas para que te apegues a ellas". Es decir, que mediante el conocimiento que tenemos de las cosas somos llevados, en cuanto es posible, al conocimiento de la Causa de todas en particular.

Por lo cual, debemos atribuir todos los seres a esta Causa y considerarlos unidos en unidad trascendente. Es a partir del Ser, por movimiento procesivo y productor de esencias, como la Causa alcanza a todas las cosas dándoles plenitud de ser. Se deleita en todos los seres, puesto que todo lo tiene previamente en sí por la excelencia de su simplicidad, y rechaza toda duplicidad. Contiene todas las cosas en su simplicísima infinidad y todos los seres participan asimismo de la Causa. A semejanza de un sonido, que, siendo muchos los oídos, todos lo perciben como uno y el mismo.

10. Aquel que preexiste, pues es el Principio y Finalidad de todas las cosas, es la Fuente por ser Causa; es el Fin, pues El es "para quien todo se hace". El es el límite y la Infinidad de todas las cosas en forma tal que trasciende la contradicción proveniente de esos términos. Como muchas veces he dicho, contiene previamente en un solo principio todas las cosas que son, y las hace existir. Está presente en todos los seres, en todas las partes, según su unidad e identidad. Pasa a través de todo y permanece en sí mismo. Es quietud y movimiento sin ser quietud ni movimiento. No tiene origen ni medio ni término. No está en nada. No es nada de cuanto existe. El no está comprendido en las categorías de eternidad ni de tiempo, pues trasciende los dos y cuanto éstos contienen. Por El y en El son las cosas que son, la medida de las cosas y del universo.

Pero hablaremos más oportunamente de todo esto en otro lugar. Baste por ahora lo dicho.


CAPÍTULO VI: De la Vida

1. Celebremos ahora la vida eterna, Fuente de la Vida que es por sí y de toda vida. Desde ella y por ella se extiende a todos los seres que de algún modo participan de la vida, y de modo conveniente a cada uno de ellos.

La vida y la inmortalidad de los ángeles. Aquella perpetuidad de la vida angélica, que excluye toda muerte, procede de la Vida eterna y por ella subsiste. Por lo cual se llaman siempre vivientes e inmortales. No son inmortales, sin embargo, porque no tienen por sí ser inmortales ni la vida eterna. Es algo que tiene de la Causa creativa, que produce y conserva toda vida. Así como dije, hablando del Ser de los seres, que su tiempo era ser por sí, digo que la Vida divina es por sí vivificadora y creadora de la vida. Toda vida y toda moción vital proceden de la Vida, que está sobre toda vida y sobre el principio de ella. De esta Vida les viene a las almas el ser inmortales, y todo ser viviente, plantas y animales hasta el grado ínfimo de vida. Como dice la Escritura, suprimida aquélla, desaparece toda vida, y volviendo aquélla, de nuevo se vivifica cuanto había languidecido por separarse de ella.

2. El Ser que es Vida por sí concede primariamente la vida a toda vida y a cada uno el ser vida conveniente a la naturaleza de cada cual. Concede también a las vidas celestiales la inmortalidad inmaterial, deiforme e inmutable, y el movimiento sempiterno, libre de todo error y desviación. Tan sobreabundante es esta bondad. que se extiende hasta la misma vida de los demonios, pues ésta no procede de ninguna otra causa.

Además, da a los hombres, a pesar de ser compuestos. una vida similar, en lo posible, a la de los ángeles. Por la abundancia de su bondad, a nosotros, que estamos separados, nos atrae y dirige. Y lo que es todavía más maravilloso: promete que nos trasladará íntegramente, es decir, en alma y cuerpo, a la vida perfecta e inmortal. Esto parecía a los antiguos cosa contraria a la naturaleza, pero a mí, a ti y a la verdad nos parece cosa divina y sobrenatural. Este es superior a la naturaleza visible, pero no sobre la omnipotencia de la Vida divina. Porque para ésta, cuanto es vida de todas las vidas, y sobre todo para aquellas que son más elevadas por su naturaleza, no hay vida alguna que sea contraria a la naturaleza o sobrenaturaleza.

Por tanto, las locuras y discursos contradictorios de Simón no han de tener parte con Dios ni tampoco con e] alma espiritual. Porque aquél, aun cuando se creía muy sabio, ignoraba, según creo, que quien posee muy recto juicio no conviene que emplee la razón, evidente auxiliar de los sentidos, contra la escondida causa de todas las cosas Lo que él estaba diciendo iba contra naturaleza. Debemos decirle, por eso, que nada hay contrario a la Cause universal.

3. Esta Causa da vida y calor a todas las plantas. Vive y se sostiene sobre toda vida y preexiste come única Causa de vida, llámese espiritual, racional o intuitiva, de crecimiento o cualquiera que finalmente sea la vide o la conciencia de la vida. No basta decir que esta Vida este viviente, que es Principio de vida, Causa y Fundamente único de vida. Ella es la que lleva a cumplimiento y diferencia toda vida. A partir de esta vida conviene celebrar sus alabanzas, porque ella es la que en su multiplicidad engendra toda vida gracias a la multiplicidad de sus propios dones. Conviene, pues, a toda vida el contemplarla y alabarla, porque no le falta nada. Al contrario, está sobre toda vida, vive en sí misma y vivifica toda vida. Todos los nombres que podamos tributarle no bastan para alabar esta vida inefable.


De la Sabiduría, Inteligencia, Razón, Verdad y Fe

1. Si te parece, vamos a celebrar la verdadera y eterna Vida, como sabia y como la misma sabiduría, pues trasciende toda sabiduría e inteligencia. No se trata solamente de decir que la sabiduría de Dios desborda de manera que "su inteligencia es inenarrable". Existe sobre toda razón y número y está colocada sobre toda inteligencia y sabiduría. Esto lo comprendió maravillosamente aquel verdadero hombre de Dios, mi maestro y vuestro que dijo: "La locura de Dios es más sabia que los hombres". Palabras verdaderas, no sólo porque todo humane pensamiento sea una especie de error, comparado con la sólida estabilidad de las inteligencias divinas, sino también porque es cosa sabida que los teólogos acostumbrar referirse a Dios con términos negativos para evitar darle sentido limitado del lenguaje ordinario. Por ejemplo, la Escritura llama "invisible" al que es Luz brillantísima. A que tiene muchos motivos y nombres de alabanza le llama Inefable y Sin Nombre. Al que está presente a todas las cosas y en todas ellas se encuentra, de modo que pueda ser conocido a través de ellas, le llama el Inaccesible e "Insondable". De este modo se dice también que el santo Apóstol alaba a Dios por su "Locura''. Parece absurdo y extraño, pero nos enseña con eso la verdad inefable, superior a toda razón. Pero, como he dicho en otro lugar, si entendemos al modo humano aquello que está sobre nosotros y nos adherimos a los sentidos, con los cuales estamos familiarizados, comparando las cosas divinas con las nuestras, evidentemente nos engañamos. Medimos al Ser divino y la inteligencia inefable por las cosas que exteriormente aparecen. El hombre tiene capacidad de pensar y penetra lo inteligible y se une a las cosas que son superiores a la misma naturaleza de la inteligencia. Esta característica trascendental corresponde a las palabras que usamos para con Dios. No hay que entenderlas en sentido humano. Tenemos que salir completamente de nosotros mismos y ser del todo para Dios, pues mucho mejor es ser de El que de nosotros. Sólo en cuanto estamos unidos a El nos vendrán en abundancia los dones divinos.

Alabemos, pues, esta suprema "sabiduría", que no tiene razón ni inteligencia, y digamos que es causa de toda inteligencia y razón de toda justicia y conocimiento. De ella es todo consejo, de ella parte toda ciencia e inteligencia y en ella "están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia''.

Por cuanto queda dicho, está claro que es Causa supremamente sabia, Sabiduría sustancial por sí misma y creadora de la sabiduría universal y particular.

2. Los inteligentes e inteligibles poderes de las mentes angélicas reciben de la Sabiduría sus simples y santas ideas. No obtienen todos los conocimientos divinos fragmentariamente por sensaciones o raciocinando. Ni están sujetas a percepciones o razonamientos. Libres del peso de la materia y multiplicidad, piensan pensamientos de señorío. Purificadas de toda materia y pluralidad, captan por intuición en un solo acto los inteligibles divinos. Tienen inteligente potencia y energía que resplandece con inmaculada pureza. Por la carencia de división y de materia, además de la unidad deiforme, se asemejan en cuanto es posible a la divina y más que sabia inteligencia y razón. La cual sucede gracias a la actuación de la Sabiduría divina. De ella también reciben las almas la facultad de razonar y por eso buscan la verdad de las cosas por medio de ciertos giros y rodeos.

Por la fragmentaria y variada naturaleza de sus múltiples operaciones se hallan en nivel inferior a las inteligencias unidas. Pero cuando desde la variedad se concentran en un solo objeto, entonces se acercan a las inteligencias angélicas, en cuanto esto es posible para las almas. Las mismas percepciones sensibles pueden también describirse con propiedad como eco de la sabiduría y pueden alcanzar la verdad. También la inteligencia de los demonios, en cuanto inteligencia, procede de la sabiduría Si bien que podemos decir mejor apartarse de la Sabiduría Desde el momento que la inteligencia diabólica se torne empecinada, no sabe cómo alcanzar lo que quiere realmente ni lo consigue.

He dicho que la divina Sabiduría es la fuente, principio sustancia, perfección, guarda y terminación de la misma Sabiduría, de toda inteligencia, razón y sentidos. ¿Cómo pues, Dios, superior a la Sabiduría misma, es alabado como sabiduría, inteligencia, verbo y conocimiento? ¿Cómo va a comprender los inteligibles El, si no tiene actividad intelectual? ¿Cómo va a percibir lo sensible El, si está colocado sobre todo sentido? Por otra parte, las Escrituras enseñan que Dios todo lo sabe, sin que nada escape a su conocimiento. Pero como muchas veces hemos dicho, las cosas divinas han de entenderse de modo conveniente a Dios. Cuando decimos que Dios no tiene inteligencia y que no siente, queremos decir que Dios trasciende inteligencias y sentidos. No carece de ellos, sino que los posee con sobreabundancia. Por eso atribuimos la carencia de razón a aquel que está sobre la razón y la imperfección; a aquel que está por encima de toda perfección y es anterior a ella. Como atribuimos la oscuridad, que escapa al tacto y a la vista, al que es luz inaccesible, en cuanto excede inmensamente la luz accesible.

Por consiguiente, la inteligencia divina lo comprende todo por medio de cierto conocimiento eminente. Por ser la Causa de todas las cosas, conoce previamente todas las cosas. Conoció los ángeles antes de que fuesen creados. Conoce todas las cosas internamente desde su mismo principio; por decirlo así, antes de que comenzasen a existir. Creo que es esto lo que significa la Escritura cuando dice: "Dios eterno... ves las cosas todas antes que sucedan". La Mente divina no conoce las cosas a partir de las cosas mismas. Las conoce a partir de ella misma y en ella misma, por ser causa de todo. Posee de antemano noción y ciencia de todas las cosas; no es un conocimiento específico de cada cual. Se trata de un golpe de vista que conoce y contiene todas las cosas en síntesis de causa. Así como la luz, según causa, anticipa la noción de las tinieblas. No conoce las tinieblas a partir de otras cosas, sino en referencia a la misma luz.

Así también la Sabiduría divina conoce todas las cosas conociéndose a sí misma. Conoce inmaterialmente las cosas materiales, indivisiblemente las cosas divisibles, unitariamente las múltiples. Porque todo lo conoce y lo produce con un solo acto. Porque es cierto que Dios, como Causa única y universal, confiere la existencia a todos los seres, por la misma razón conocerá todo ser, pues procede de El y preexiste en El. No tendrá, por tanto, que partir de los seres para llegar a conocerlos, pues es El precisamente quien da a cada uno de ellos el poder de conocerse a sí mismo y de conocer a los demás.

Por consiguiente, Dios no tiene un conocimiento propio para sí y otro común para conocer todas las cosas. La Causa universal, conociéndose a sí misma, no podrá menos de conocer las cosas que de ella proceden, de las cuales es su principio. Así es como Dios conoce todas las cosas, no porque le venga el conocimiento a partir de ellas, sino conociéndolas en sí mismo.

La Escritura dice también que los ángeles conocen las cosas terrenas, no por noticia que les llegue mediante los sentidos a partir de las cosas, sino por la propia capacidad y naturaleza interna a semejanza del conocer de Dios.

3. Nos preguntamos ahora cómo nosotros podemos conocer a Dios, ya que El no es percibido por los sentidos ni por la inteligencia ni es nada de las cosas que son. Con más propiedad diríamos que no conocemos a Dios por su naturaleza, puesto que ésta es cognoscible y supera toda razón e inteligencia. Pero le conocemos por el orden de todas las cosas, en cuanto está dispuesto por El mismo, y que contiene en sí ciertas imágenes y semejanzas de sus ejemplares divinos, por el cual ascendemos al conocimiento de aquel Sumo Bien y fin de todos los bienes por camino acomodado a nuestras fuerzas. Pasamos por vía de negación y de trascendencia y por vía de la Causa de todas las cosas.

Así, pues, Dios es conocido en todas las cosas, y como distinto de todas ellas. Es conocido por el conocimiento y la ignorancia. Conocimiento de El es la razón, la ciencia, el tacto, el sentido, la. opinión, el pensamiento, el nombre y todas las demás cosas. Por otra parte, no puede ser entendido ni encerrado en palabras, ni cabe en la definición de un nombre. No es ninguna de las cosas que existen ni puede ser conocido en ninguna de ellas. El es todo en todas las cosas y nada entre las cosas. A todos es manifiesto en todas las cosas y no hay quien le conozca en cosa alguna.

Ciertamente. Es correcto usar este lenguaje para hablar de Dios, pues todas las cosas le alaban en su relación de efectos que son de El, causa de ellas. Pero la manera más digna de conocer a Dios se alcanza no sabiendo, por la unión que sobrepasa todo entender. Cuando la inteligencia, apartándose de todas las cosas y olvidándose incluso de sí misma, se une a los rayos que brillan de lo alto, quedando iluminada en aquel imperceptible abismo de la Sabiduría.

No obstante, como ya he dicho, esta Sabiduría es cognoscible a partir de las cosas. Dice la Escritura que la Sabiduría ha hecho todas las cosas y las está siempre disponiendo. Es la causa indisoluble de todas las cosas, de su armonía y orden. Enlaza siempre el término de cuanto precede con los principios de cuanto sigue. Armoniza la única concordia y consonancia de todo el universo.

4. Las Santas Escrituras alaban a Dios como "Logos" (el Verbo) no sólo porque es dispensador de la razón, de la inteligencia y de la sabiduría, sino porque exis­ten en El previamente las causas de todas las cosas, y El las trasciende por todas partes, penetrando, como dice la Escritura, hasta el fin de todas las cosas. Se emplea este nombre principalmente porque la razón de Dios es simple sobre toda simplicidad y está libre de todo por su plena trascendencia.

El Verbo es la verdad simple y realmente esencial. La fe divina se aplica a El en cuanto es conocimiento puro e infalible de todas las cosas. Fe divina que es fundamento sólido para los creyentes, que los confirma en la verdad y ahonda la verdad en ellos, puesto que poseen el conocimiento simple de las cosas que han de ser creídas, con indisoluble identidad.

El conocimiento une las cosas conocidas con el sujeto que las conoce, mientras que la ignorancia es causa para que el ignorante cambie siempre y se contra­diga a sí mismo. Aquel que cree en la verdad, según la Escritura, en nada le apartará del verdadero fundamento de la fe". Allí tendrá la constancia de la identidad incambiable e inmutable.

Efectivamente, el que está unido a la Verdad sabe bien que va por buen camino, aun cuando muchos le tilden de loco, pues ignoran, como es natural, que aquél, gracias a la verdad de la verdadera fe, está fuera de error. El conoce perfectamente que no está loco, como otros imaginan; sabe que la posesión de la verdad simple, perpetua, inmutable, le ha librado de la fluctuación inestable del error.

Por eso, aquellos nuestros primeros maestros de la Sabiduría divina mueren todos los días en defensa de la verdad. Dan justo testimonio con sus palabras y ejemplos de que aquel conocimiento singular de la verdad cristiana es para todos tan sencillo como divino. O mejor dicho: lo que ellos prueban es que éste solamente es verdadero, único y simple conocimiento de Dios.


CAPÍTULO VIII: Del Poder, Justicia, Salvación, Redención. Y también de la Desigualdad

1. Los teólogos alaban la Verdad divina, la Sabiduría trascendente, como Poder y Justicia que llaman asimismo Salvación y Redención', nombres que ahora me propongo explicar, en la medida de mis fuerzas.

A mi parecer, cualquier persona instruida y familiarizada con las Sagradas Escrituras sabe que la Deidad trasciende y sobrepasa todo poder real o imaginable. Las Sagradas Escrituras hablan con frecuencia del Señorío de la Divinidad y hacen distinción entre éste y los poderes del Cielo. Entonces, ¿por qué los teólogos alaban como Poder a aquel que está por encima de todo poder? ¿En qué sentido aplicamos a Dios el nombre de Poder?

2. Contestamos así. Dios es Poder porque de antemano contiene en sí todo poder en grado eminente. El es la Causa de todo poder. Da ser a todos los seres con su poder inflexible e ilimitado. El es Autor del mismo ser del Poder tanto universal como particular. Su poder es infinito, porque de El viene todo poder, trasciende todo poder, incluso el poder absoluto. Posee poder sobreabundante, que puede producir innumerablemente otros infinitos poderes. Los ya producidos no disminuyen la eficacia de su poder de producir poderes. Su poder trascendente es inefable, incognoscible, inimaginablemente grande. Todo lo llena con su poder, hace poderosa la debilidad, transformándola plenamente. Como ocurre con las cosas que hieren los sentidos: las luces brillantes impresionan los ojos, aun los más débiles; los sonidos más fuertes penetran los oídos ensordecidos. Naturalmente, lo que no oye en absoluto no es oído, ni es vista lo que no ve nada.

3. El infinito poder de Dios penetra y se extiende por todas las cosas. Nada hay en el mundo que esté absolutamente desprovisto de poder. Tiene que haber alguna manifestación de poder, sea de intuición, razón, percepción, vida, ser. El mismo poder llegar a ser, si es lícito hablar así, recibe su poder ser del Poder sobresencial.

De aquel poder proceden las potencias a semejanza de Dios en los órdenes angélicos. Por él también su estado inmutable y asimismo todas sus espirituales mociones inmortales y perpetuas. Su constancia e indefectible tendencia al Bien viene del Poder infinitamente bueno. Por concesión de éste, poseen la facultad de poder y de ser lo que son, de desear existir siempre y de anhelar el eterno poder.

Los beneficios de este poder inagotable se extienden también hasta los hombres, hasta los animales y plantas y a todo el universo. Este poder corrobora las cosas que están unidas en mutuo concierto y armonía. Para las que están separadas es poder que ayuda a mantener la distinción conforme a las leyes naturales y propiedades de cada una sin confusión ni mezcla. Este poder conserva en el bien que le es propio a todos los órdenes y direcciones del universo. Conserva inmortales las vidas inviolables de las unidades angélicas. Conserva inmutables las sustancias y órdenes de las luminarias del Cielo y de los astros. Les da ser para siempre. Distingue en su marcha la circunvolución de los tiempos y los determina con su retorno periódico.

El hace inextinguibles las energías del fuego y perenne la fluidez de las aguas. Limita la expansión del aire, hace que la tierra descanse sobre la nada y produzca sin término. Conserva inconfusa e indivisible la congruencia y armonía de los elementos entre sí. Refuerza los lazos entre el alma y el cuerpo. Hace despertar en las raíces las fuerzas para alimentar y crecer las plantas. Dirige los poderes que mantienen las cosas en su ser, y garantiza asimismo la continuidad del mundo. Concede la deificación y para ello dispensa, las virtudes necesarias a quienes se hacen semejantes a Dios.

En breve. Nada hay en el universo que esté privado de la tutela e influencia del omnipotente poder divino. Porque lo que en general no posee poder alguno ni existe ni es algo ni está en parte alguna.

6. El mago Elimas arguye: "Si Dios es omnipotente, ¿cómo dice tu teólogo que algo es imposible para Dios? Está criticando aquí a San Pablo por afirmar éste que Dios no puede negarse a sí mismo.

Al presentar yo esta dificultad temo mucho que alguien me tenga por tonto, pues voy a echar por tierra esos castillos de arena, propios de juegos infantiles. Haría yo el ridículo por intentar un objetivo inasequible si me propongo explicar este pasaje. Como si se tratase de algo difícil de comprender. Negarse a sí mismo es apartarse de la verdad. La verdad es lo que es. La verdad es ser, y apartarse de la verdad es alejarse del ser.

Si verdad es aquello que es, y si negar la verdad es alejarse del estado de ser, seguramente que Dios no puede dejar de ser, no puede menos de ser, que equivale a decir: no puede no ser. La sola ciencia que le falta es la de poder ignorar.

Aquel mago parece no haber entendido esto. Es como los atletas incompetentes, que con frecuencia se proponen adversarios débiles. Se figuran pelear valientemente con la sombra de aquellos seres imaginarios, golpean el airea al azar constantemente, se hacen la ilusión de que vencen a sus adversarios y se proclaman campeones cuando en realidad no han conocido el valor de sus adversarios.

Por otra parte, aproximándonos, en cuanto sea posible, al teólogo, alabamos a Dios afirmando que es más poderoso que todo poder, el único poderoso, bienaventurado, del reino mismo de la Eternidad, el invencible. Más aún: en su poder trascendente El está sobre todas las cosas y en la supraesencia contiene todas las cosas antes de que existan. El es quien concede poder a todas las cosas, según la afluencia de su poder superabundante. En copioso raudal les da el poder ser y el que sean realmente.

Por su justicia también es alabado Dios, porque concede a todos proporción, hermosura, composición, armonía y orden según conviene a todos. Reparte y establece de antemano sus órdenes a todos los seres, según verdadera y justísima determinación. El es principio de actividad en cada cual.

La justicia divina ordena todas las cosas y las determina, las conserva libres de mezcla y confusión con las demás, concede a todas según corresponde a la dignidad de cada una de ellas.

Siendo esto así, aquellos que critican la justicia de Dios, sin darse cuenta condenan la propia injusticia. Dicen que los mortales deben poseer la inmortalidad, las cosas imperfectas la perfección, los que se mueven por sí mismos que sean movidos por otros, inmutabilidad a lo que cambia, poder de perfeccionarse a lo débil. Dicen, además, que las cosas temporales deberían ser eternas; las que por naturaleza se mueven deberían ser inmutables; los placeres momentáneos, eternos. En general, que se inviertan los atributos de todas las cosas.

Deben saber que la justicia divina es realmente justicia en cuanto que da a cada uno lo que le corresponde, según sus méritos, y preserva la naturaleza de cada cosa en su orden y potencia propios.

Alguien podría decir que no es propio de la justicia dejar a los buenos sin auxilio frente a las vejaciones de los malos. A esto se ha de responder que si los llamados buenos están apegados a los bienes terrenos, entonces les falta sincero deseo de lo divino. Tampoco entiendo cómo pueden realmente llamarse buenos los que vilipendian las cosas verdaderamente amables y divinas, prefiriendo otras que nunca deberían desear ni amar. Si amasen lo que realmente vale, se alegrarían seguramente en cuanto pudiesen conseguirlas. ¿No se acercarían más a las virtudes angélicas por el deseo de las cosas divinas a medida que se aparten, en lo posible, espiritualmente de los bienes terrenos y luchen varonilmente con los peligros a que se exponen por causa del bien?

Con verdad puede decirse que conviene más a la justi­cia divina el no permitir jamás que decaiga la energía viril de los mejores por la concesión de cosas materiales. Antes bien, ayudarles cuando alguien trate de seducirlos, fortalecerlos en su admirable y firme perseverancia, darles cuanto convenga a su vocación.

9. También esta divina justicia es celebrada como "Salvación del mundo" en cuanto conserva y guarda, independientemente de los demás, el orden y la esencia propia de cada cosa. Se llama así, además, por ser verda­dera causa de que todas las cosas prosigan su actividad en el mundo.

Y si hay alguno que alabe esta salvación, por cuanto defiende todas las cosas contra la influencia del mal, lo acepto, pues la salvación reviste muchas formas. sólo pediría yo que establezca a ésta como primera salvación de todas, pues conserva las cosas inmutables para que no caigan en el mal. Las guarda a todas en pacífica e inalterable obediencia a las propias leyes, las aparta de la desigualdad y acción contraria, confirmando de tal manera las propensiones de cada una de ellas que no puedan ni alterarse ni pasar a lo contrario. Alguien podría decir -conforme a lo que enseña la teología- que esta salvación, actuando benévolamente para preservarnos del mal, redime todas las cosas según la capacidad que éstas tienen de salvación, y actúa de manera que todas se mantengan en su propio estado. Por eso los teólogos la llaman también "Redención", porque no permite que lo verdaderamente existente vuelva a ser nada. Y si en algo se ha faltado o divagado fuera del orden, por lo cual se hayan perdido las virtudes propias, la perfección repara inmediatamente aquella caída, aquella debilidad y privación, supliendo lo que falta. "Redención" es como un padre honrado que perdona, olvida el mal y repara los daños reponiendo el bien perdido, ordena y adorna lo desordenado y deforme de modo que reintegre absolutamente y purifique toda marcha.

Todo esto se refiere al terna de la Justicia, que mide y define la igualdad de todos y destruye toda des­igualdad que se toma como privación de la igualdad de cada uno. La justicia defiende y conserva la distinción que existe en las cosas frente a quienes interpretan como desigualdad las diferencias por las cuales se distinguen entre sí. La justicia no permite que, mezcladas las cosas, se confundan unas con otras, sino que guarda todas según la especie en que cada cual deba mantenerse.


CAPÍTULO IX: De lo grande, pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, estado, movimiento, igualdad

1. Examinemos ahora, en cuanto nos sea posible, desde fuera los nombres divinos de grande, pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, quietud, movimiento. Son propiedades de la Causa de todas las cosas.

Dios es alabado en las Sagradas Escrituras como "grande" y "grandeza"'. También como "tenue y pequeña brisa", que indica la divina pequeñez. Se le alaba asimismo como idéntico, según aquello de las Escrituras: "Tú eres el mismo''. Otro o diferente cuando es representado como de muchas formas y figuras. Semejante, como creador de la semejanza y de los semejantes. Y desemejante a todas las cosas, pues "nada hay semejante a El". En quietud también, e inmóvil, y "en su trono por siempre". En movimiento y penetrando en todas las cosas. Con estos y otros nombres parecidos se celebra a Dios en las Escrituras.

2. Cierto. Llamamos a Dios grande, según la grandeza propia de El, de la cual participan todas las cosas grandes, y va de hecho mucho más allá. Ocupa todo espacio, sobrepasa todo número. Más abundante que lo infinito. Desbordan sus grandes obras y brotan de El como de manantial sus dones. Todos participan de estos dones con largueza sin que en algo disminuyan. Siempre rebosan más y más. Infinita es esta grandeza, sin número ni cantidad. Llega a ser inundación como resultado del trascendente efluvio y magnitud ilimitada.

Pequeña o sutil dicen de la naturaleza de Dios, porque no tiene volumen ni distancia; todo lo invade sin la menor resistencia. Realmente, lo pequeño es causa elemental de todas las cosas, porque jamás se encontrará algo en el mundo que no participe de lo pequeño. El está presente de manera inmediata en todas las partes como energía de todo ser "penetrante hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" y de todas las cosas, pues "no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia''. Y este pequeño no tiene ni cantidad ni magnitud. Es invencible, infinito, ilimitado. El todo lo abarca y a El nada lo envuelve.

Dios es supraesencialmente eterno, inalterable e invariablemente el mismo. Permanece siempre del mismo modo en sí mismo, presente igualmente a todas las cosas. Situado por sí mismo firme e inviolablemente dentro de los hermosísimos confines de su identidad supraesencial. No hay en El cambio, decadencia, deterioro ni variación. No tiene mezcla, está libre de materia, es simplicísimo, no carece de nada, ni aumenta ni disminuye. Increado, que quiere decir que nunca comenzó por nacimiento, ni fue antes imperfecto y se perfeccionó por procedencia de tal o cual principio. No significa que hubo algún tiempo en que no existió. Lo que hay que entender es que Dios fue ingénito total y absolutamente, que existió siempre sin la menor imperfección posible y siempre el mismo, determi­nado uniformemente y en la misma especie por sí mismo. El da a conocer esta identidad a todos aquellos que son capaces de participar en su misma identidad. Por la sobreabundancia de esta identidad coordina unas cosas con otras y sobrecontiene idénticamente en sí mismo aquellas cosas que son contrarias, según una sola y única causa eminente de toda identidad.

5. Otro o diferente, porque Dios está presente a todos por medio de su providencia y viene a ser "todo en todas las cosas"' para salvación de todos. Permanece inconmovible en sí mismo y en su propia identidad, unido consigo mismo según una sola e incesante operación. Con indeficiente poder se entrega a sí mismo para imprimir la forma divina en los que se dirigen a El. "Diferente" significa la variedad de figuras de Dios, para indicar que El no es como lo que exteriormente aparece.

Como si alguien, pensando en el alma, la representase en figura corporal y concediera partes materiales a una cosa que carece de ellas. Daríamos a cada una de las partes un significado que conviniese a una propiedad indivisible del alma. Llamaríamos inteligencia a la cabeza, opinión a la cerviz por hallarse entre lo racional y lo irracional, ira al pecho, pasión al vientre y, finalmente, naturaleza a las piernas y a los pies, usando de los nombres de estas partes como símbolos de las facultades. Así también, con razón mucho más elevada, en aquel que es superior a todas las cosas, hay que describir alegóricamente la diversidad de formas y figuras, mediante explicaciones sagradas y místicas, adaptadas a Dios.

Quisiéramos aplicar a Dios las tres dimensiones de los cuerpos, por más que no pueda ser tocado ni figurado. En tal caso podría llamarse latitud divina la amplísima progresión hacia todas las cosas; longitud a su poder, que se extiende sobre todos los seres; profundidad al arcano inaccesible a toda criatura, lo que nadie conoce.

Pero no nos engañemos a nosotros mismos, al insistir en la explicación de estas varias figuras y formas, confundiendo los nombres incorpóreos de las cosas divinas con los nombres de las cosas sensibles. De esto se trata en la Teología simbólica. Por ahora baste insistir en que la diversidad en Dios no se debe imaginar como algo que altere su inmutable identidad. Imaginemos más bien una multiplicación en la unidad y como una serie de procesos en que se expresa dentro de su unidad la fecundidad productora de todas las cosas.

6. Es aceptable llamar a Dios semejante, indicando que es totalmente único e indivisiblemente idéntico. Los teólogos, sin embargo, dicen que Dios, superior a todas las cosas, en cuanto El mismo es, no es semejante a nadie, sino que El da semejanza divina a aquellos que se le acercan, cuando sobre todo término y razón le imitan según sus fuerzas.

La fuerza de la semejanza divina es tanta, que atrae todas las cosas creadas hacia su Creador o Causa. Se dice que estas cosas son semejantes a Dios, pues fueron hechas a su imagen y semejanza. Pero no podemos decir que Dios es semejante a ellas porque ni siquiera el hombre es semejante a su imagen.

Si se consideran las cosas que están en un mismo nivel pueden decirse semejantes unas a otras, de modo que unas y otras sean recíprocamente semejantes en conformidad con la forma específica principal. Porque hay igualdad de especies. Pero tal intercambio no se puede admitir entre Causa y efectos, porque Dios no solamente concede semejanza a unas u otras cosas, sino que es Causa de que todas las cosas sean semejantes. El es la subsistente y absoluta semejanza, de manera que toda semejanza en el mundo existe como cierto vestigio de la divina semejanza. Por esta semejanza se logra la unidad del universo.

7. Mas ¿para qué entretenerse en esto? La misma Escritura dice que Dios es desemejante y que a nada se le puede comparar, pues es diferente de todos los seres y, lo que es más admisible, nada hay semejante a El.

Sin embargo, esto en modo alguno contradice lo dicho sobre la semejanza, porque para Dios son lo mismo las cosas semejantes que las desemejantes. Son semejantes a El en el sentido de que participan en cierto modo de aquel que no puede ser participado. Son desemejantes por cuanto los efectos distan de la Causa y le están incomparablemente subordinados.

8. ¿Qué diremos de la quietud o estabilidad de Dios? ¿Qué otra cosa sino que Dios permanece en sí mismo fijo firmemente en el mismo estado, inmóvil, idéntico a sí mismo? Su actuación es siempre del mismo modo, con el mismo objetivo, en la propia sustancia. El es absolutamente por sí mismo inmutable, inmóvil. Todo esto de modo trascendente. El es la Causa de toda quietud y estabilidad. "En El descansan todas las cosas". Y así se conservan todas con sus propiedades.

9. ¿Qué diremos cuando los teólogos afirman que Dios, inmóvil, procede y se mueve hacia todas las cosas? ¿No habrá que entender todo esto de manera compatible con la naturaleza de Dios? Piadosamente, pues, se ha de pensar que Dios no se mueve por traslación, cambio, alteración, conversión, movimiento local, recto, circular o compuesto de uno y otro, intelectual, animal o natural. Moverse Dios significa que El produce todas las cosas, las conserva en su ser y provee de cuanto necesitan. Que El está presente y todo lo abarca en forma que nuestra mente no alcanza a comprender. Y esto por todos los caminos y operaciones de la Providencia.

Pero podría explicarse razonablemente y conforme a la naturaleza divina el movimiento de Dios, que es inmutable. Porque el movimiento rectilíneo puede entenderse como inflexibilidad e indeclinable progreso de operaciones y por el mismo origen de todas las cosas que parten de El. El movimiento en espiral puede referirse al progreso móvil de todas las cosas y a su fecundo estado. Por último, el movimiento circular puede explicarse por la identidad y enlace de los medios y extremos, que contienen y son contenidos, y por el retorno a El de aquellos seres que de El procedieron.

10. Alguien puede tomar de las Santas Escrituras el nombre idéntico, justo e igual aplicados a Dios. Se dice de Dios que es igual sólo porque está exento de partes y nunca se aparta de lo justo. También porque penetra todo y por todo igualmente. Es autor subsistente de igualdad por la cual hace que todas las cosas procedan con cierta intercompenetración. Se da a todos igualmente en participación, según la capacidad receptiva de cada cual. También se dice igual por cuanto contenía en sí mismo de antemano toda igualdad: inteligente e inteligible, racional o sensitiva, esencial, natural o voluntaria. Y esto unida e independiente, según un poder que a todo excede y que es causa de toda igualdad.


CAPÍTULO X: Del Omnipotente y Anciano de días. También sobre la eternidad y el tiempo

1. Llega el momento de que con nuestro estudio alabemos a Dios, a quien, entre otros nombres, le llaman el Omnipotente y el Anciano de días. Decimos Omnipotente porque El es el fundamento de todo, todo lo conserva en el ser y abraza todo el mundo. Lo fundamenta. Lo entrelaza, lo contiene en sí mismo. Brotan de El todas las cosas como de raíz que todo lo contiene y hace retornar a sí como a su omnipotente principio. Todo lo contiene, pues todo reside en su omnipotente conexión suprema. No permite que ningún ser se aparte de El para que no perezcan separados de su perfecta morada.

Llámase a la Deidad Pantocrátor, porque ejerce su poder sobre todas las cosas con supremo señorío. Omnipotente también, porque todos le aman y desean e impone a todos un yugo voluntario, las dulces consecuencias del amor divino y omnipotente, de su inextinguible bondad.

2. Le llaman también el Anciano de días, porque El es tiempo y eternidad para todos los seres, antes de los días, antes del tiempo, antes de la eternidad. Y se llama con propiedad tiempo, días, épocas en el sentido que esto conviene a Dios, autor del tiempo y de la eternidad, como es eterno movimiento y estabilidad. Por lo cual, también en las manifestaciones que ha hecho de sí mismo durante las visiones místicas se presenta como antiguo y nuevo. La primera significa al Anciano, al que es "desde el principio", y la segunda indica que no puede hacerse viejo. Los dos nombres, "Anciano" y "Nuevo", dan a entender que El está en todas las cosas desde el principio hasta el fin. Uno y otro nombre, como dice mi santo maestro, significan la antigüedad divina, de manera que anciano se refiere a lo que es primero en orden del tiempo, y nuevo o joven, a lo más excelente en número, puesto que la unicidad y cuanto se aproxime a ella tienen prioridad sobre los números que avanzan a la multiplicidad.

3. Creo que debe explicarse según las Sagradas Escri­turas la naturaleza del tiempo y de la eternidad. Cuando allí se hace mención de cosas eternas no siempre la Escritura quiere decir que sean absolutamente increadas, realmente sin principio ni fin las cosas llamadas eternas, incorruptas, inmutables, idénticas. Por ejemplo, cuando dice: "Elevaos, puertas eternales'', y otras semejantes.

De hecho, frecuentemente, con el nombre de eternidad se significan las cosas más antiguas, como cuando llaman eternidad a la duración total de nuestro tiempo, por ser propio de la eternidad el ser antigua, inmutable y medida de las cosas. Por otra parte, emplean la palabra tiempo para indicar el proceso de los cambios manifestados, por ejemplo, en el nacimiento, alteración y muerte. De modo general en todo cambio. La Escritura, pues, enseña que nosotros, a quienes define y circunscribe aquí el tiempo, hemos de participar de la eternidad incorruptible e inmutable cuando por fin lleguemos a ella.

Hablan también las Escrituras de la eternidad temporal y el tiempo eterno. Pero bien sabemos que alaban y entienden por eternidad aquellas cosas que se aproximan más al origen, mientras que el tiempo se refiere a las cosas que llegan a ser. Por tanto, no imaginemos que las cosas llamadas eternas son simplemente coeternas con Dios, el cual es anterior a la eternidad. No. Más bien nos atengamos aquí al sentido preciso que las Escrituras dan a las palabras "eterno" y "temporal". Pero se cuentan como cosas intermedias entre las que son y entre las que se hacen aquellas que en un sentido participan de la eternidad y en otro del tiempo.

Conviene, pues, celebrar a Dios como eternidad y como tiempo, como autor de todo tiempo y eternidad, pues siendo el Anciano de días, es causa del tiempo y de la eternidad, superior al tiempo. Antes que las varias épocas. O, dicho de otra manera, El existe antes de todos los siglos, en cuanto es antes de la eternidad, y sobre la eternidad, y "su reino es reino de todos los siglos". Amén.


CAPÍTULO XI: De la Paz. Del "Ser por Sí': De la "Vida por Sí". Del "Poder por Sí". Y de otras expresiones semejantes

1. Pasemos ahora a celebrar con himnos de alabanza la paz de Dios', principio de conciliación. Ella todo lo une, engendra y realiza la concordia y unión. Por lo cual todas las cosas la desean, para que, dispersas en multitud, se integren de nuevo en unidad, se reduzcan a un concorde conjunto los conflictos internos del universo.

Además, por participación de la paz divina, las primeras fuerzas conciliadoras se unen ante todo unas con otras y con la Fuente única de paz universal. Luego, estas fuerzas hacen que las de rango inferior se unan consigo mismas, entre ellas, y con el único y más perfecto Principio y Autor de toda paz. Cuando El viene individualmente a cada uno de estos seres consolida la unión como si pusiera cerraduras y vallados; une lo que está dividido, todo lo define, determina y robustece; no permite que las cosas divididas hasta el infinito permanezcan dispersas caóticamente, privadas de la presencia de Dios, ni que fuera de la unidad confusamente se mezclen entre sí.

El Justo, por semejanza con algunos atributos conocidos, da el nombre de Silencio e Inmutable a esta cualidad y tranquilidad de la paz divina. Nombres que indican la quietud y paz en Dios, que conserva en sí mismo la absoluta y trascendental unidad consigo mismo. El se multiplica y extiende a todas las cosas permaneciendo totalmente dentro de sí mismo, sin salir de sí, por excelencia de unión, superior a todas las cosas.

No podemos expresar de otra manera nada de esto ni podemos entenderlo. Por tanto, cuando tratamos de paz que trasciende todas las cosas admitamos que es inefable e inconcebible. Pero la estudiemos en cuanto lo permiten las limitaciones de los hombres y más las mías, que soy inferior a los demás.

2. En primer lugar, diremos que Dios es autor y creador de la paz en sí, de la paz en general y de la paz en particular. El une sin confusión todas las cosas entre sí. Con tal unión, las cosas coherentes, sin división ni distancia, cada una de ellas según su propia especie, persisten puras, no perturbadas por la concurrencia de contrarios. Nada interrumpe esta exacta unión y pureza.

Contemplemos, pues, la única y simple naturaleza de la unión pacífica, que une todas las cosas entre ellas mismas y conserva los seres, por cierto enlace inconfuso de todos ellos, armonizados juntamente y no mezclados. Por esta misma unión, las inteligencias divinas se entrelazan con sus propios actos de entender y sus objetos. Luego se elevan para entrar en contacto, por modos desconocidos, con las realidades que están sobre toda intelección.

Por tal unión, las almas, enlazando sus multiformes razonamientos, proceden por camino y orden propios de ellas, por una inteligencia inmaterial e indivisa hacia cierta unión superior a la inteligencia. Por esta unión se logra la única e indivisible unión de todos los seres, cada cual según su propia naturaleza, y se acomoda con perfecta armonía, concordia y consonancia, se reúnen todos sin confusión en unión indisoluble.

La paz perfecta difunde su plenitud a través de todos los seres, gracias a la inmanencia perfectamente simple y sin mezcla de su poder unificante. Une todas las cosas, enlaza extremos con extremos por virtud de los medios y a todos armoniza con amistad connatural. Hace que gocen de ella hasta los términos más lejanos del universo. Consocia todos los seres en unidades, identidades, uniones, conjuntos, sin que por eso la paz deje de ser indivisible. Coordina todo en un solo acto, llega a todo, no pierde jamás su identidad. A todos se extiende y a todos concede participar de sí misma según la capacidad de cada cual. Hace desbordar fuera de sí la sobreabundan­cia de su pacífica fecundidad. Por ser unidad supraesencial permanece en sí misma unida perfecta y totalmente.

Dirá alguno: "¿Cómo es que todas las cosas apetecen la paz? Hay muchas que gozan de ser distintas y aun diversas, nunca quieren por sí mismas estar en paz".

Esto es cierto si al hablar así se afirma que la diversidad y distinción se refieren a la individualidad de cada cosa y del hecho de que nada quiere perder de la propia individualidad. Pero eso mismo es un deseo de paz. Porque todos los seres desean tener paz consigo mismos, estar unidos y permanecer ellos mismos y todas sus cosas inmóviles e ilesos. Y es, perfecta aquella paz, conservando sin confundir la individualidad de cada cual, dando providencias que aseguren todas las cosas en paz y exentas de confusión interna o de fuera. Ella es la que establece todo con poder estable, indeficiente, para su paz e inmovilidad.

Si todo lo que se mueve, en vez de estar en calma, se mueve incesantemente en virtud de su propia tendencia, también este apetito correspondería a aquella paz universal y divina, que conserva todos los seres en sí mismos para que no se desintegren y guarda la propiedad motriz y la vida de todos aquellos seres que la mueven para que no se aparte ni decaiga de ella misma. Esto sucede para que al moverse tengan consigo la paz y siendo de este modo realicen lo que les corresponde.

Pero si alguno considera la diversidad como un alejamiento de la paz, y concluye que no todos aman la paz, responderemos que en la naturaleza de las cosas no existe nada que carezca absolutamente de unión. Aquello que se figura como grandemente inestable e infinito, indeterminado y no fijo en bale alguna, no tiene ser ni está en ningún sitio. Si alguno insiste en que son contrarios a la paz y a los bienes de ésta aquellos que se complacen en lides y contiendas, mudanzas y cambios, respondemos que también ellos son impulsados por ciertos deseos, aunque imprecisos, de paz. Desean desmañadamente apaciguar las pasiones que los agitan. Se imaginan que saciándose con los placeres pasajeros que los esclavizan obtendrán la paz. Se irritan cuando se les prohíben.

Pero ¿qué decir de la pacífica bondad de Cristo? Nos enseña a no guerrear en adelante ni con nosotros mismos ni con los prójimos ni con los ángeles. Más bien debemos cooperar, según nuestras fuerzas, en las cosas que se refieren a Dios conforme a la providencia del mismo Jesús, quien "obra todas las cosas en todos" y nos confiere una paz inefable, predeterminada ya desde la eternidad, y nos reconcilia en espíritu con El mismo, por El y en El con el Padre.

Pero esos dones maravillosos ya quedan explicados suficientemente en las Representaciones teológicas basándome en el testimonio de la Sagrada Escritura.

5. Una vez por carta me preguntaste qué significa ser por sí, vida por sí, sabiduría por sí. Dices que no aciertas a entender por qué a veces llamo a Dios vida por sí y otras veces autor de la vida por sí. Por todo esto he creído necesario, santo hombre de Dios, resolverte estas dudas en cuanto me sea posible.

Ciertamente, repitiendo ahora lo que he dicho miles de veces, no implica contradicción alguna el decir que Dios es "poder por sí", "vida por sí". Y lo mismo decir que Dios es "creador de la vida por sí" y "de la paz por sí" y "del poder por sí".

En los primeros casos se habla de Dios a partir de los seres, y principalmente de los seres fundamentales que se aplican a Dios porque es Causa de todos los seres. En el segundo, se le atribuyen en cuanto que El es supraesencial a todo ser, aun los más fundamentales.

Preguntas: ¿a qué llamamos ser por sí y vida por sí? ¿Qué cosas son absoluta y primariamente? ¿Cuáles las que suponemos procedentes de Dios y creadas primariamente? Respondemos. Esto es claro, no tiene nada de intrincado, pues basta una sencilla explicación. No decimos que aquel ser por sí sea cierta sustancia divina o angélica, causa de todas las cosas que son. Eso lo es únicamente aquel que es supraesencial, principio, esencia y causa de que sean todas las cosas que son, y el mismo ser por sí. Ni se trata de otra divinidad productora de vida, distinta de la que admitimos como vida supradivina. Causa de todo viviente y de la misma vida. Por decirlo de una vez, no admitimos otras causas principales de las cosas, creadoras y existentes, a las cuales llamaron temerariamente dioses y creadores del mundo. Ni aquéllos ni sus padres y antepasados supieron llamarse por su propio nombre, pues en realidad no existían. Más bien decimos que ser por sí, vida por sí, divinidad por sí son nombres que convienen primaria, divina y eficientemente al único principio y causa de todo, trascendental.

No participamos directamente de Dios. Lo hacemos por medio de dones que proceden de El; los llamamos efectos de la sustancia por sí, vida por sí, deificación por sí. Los seres que participan de estos dones, según sus posibilidades, son y se llaman "poseedores de sustancia", "vivientes", "divinos", y de modo semejante.

Por lo cual, el Bien constituye la base y es autor de los seres fundamentales; después, de aquellos que generalmente y de manera universal participan de aquello, y finalmente de los que tienen todo eso en parte.

Pero ¿para qué hablar de esto? Algunos de mis santos maestros lo han tratado. No necesito decir nada más. Fueron ellos quienes dijeron del Bien que es la "bondad subsistente en sí" y "divinidad en sí" a los dones benéficos y divinizantes que proceden de Dios. Llamaron "Hermosura en sí misma" al desbordamiento de cuanto procede la Hermosura en sí. Del mismo modo llaman "plena hermosura" y "hermosura parcial", las cosas bellas en todo o en parte. De manera semejante hablan de otras cualidades que manifiestan esa providencia y bondad participada por los seres que proceden de Dios en efluvio desbordante. Aunque Dios no es directamente participado, El causa todo, absoluta y totalmente trasciende todo, está sobre la esencia y naturaleza de todas las criaturas.


CAPÍTULO XII: Del Santo de los santos, Rey de reyes, Señor de señores, Dios de dioses

1. Creo que ya estamos acabando lo que me había propuesto decir sobre todo esto. Alabemos aún a aquel que tiene infinitos nombres. Reconozcámosle como Santo de los santos, Rey de reyes, que reina eternamente y más allá, Señor de señores, Dios de dioses.

En primer lugar, diré lo que se entiende por santidad, reinado, señorío, divinidad; y qué quieren decir las Escrituras con esos nombres por duplicado.

2. En la manera común de hablar, la santidad consiste en estar libre de pecado. Es pureza plenamente inmaculada. Reinado quiere decir el poder para señalar fronteras, legislar, ordenar. Dominación es no sólo superioridad con respecto a los inferiores, sino también posesión completa de todo lo hermoso y bueno con firmeza verdadera, inquebrantable. Dominación, palabra que en griego viene de iwpos y equivale a firmeza, firmamento, firme, que afirma y ratifica. Deidad es lo mismo que providencia: lo ve todo, con perfecta bondad todo lo abraza y contiene. A los que gozan de sus bienes providenciales los llena de sí misma a la vez que se mantiene trascendente.

3. Se han de emplear todos estos nombres para alabar a la Causa trascendental, añadiendo que es la eminente santidad y dominación, el supremo reino y divinidad perfectamente simple. De tal Causa emanó y se difundió singular y copiosamente toda perfección y pureza sincera. De ella procede toda disposición y rango de las cosas, que acaba con el desorden, desigualdad, desproporción y conduce a la bien ordenada identidad y rectitud abrazando cuanto es digno de participación.

Esta Causa es perfecta y en ella están todas las cosas hermosas y toda providencia con que conserva a quienes dirige. Se ofrece misericordiosamente para divinizar a cuantos se dirigen a Ella.

4. Por cuanto el Autor de todas las cosas las contiene en plenitud y todo lo trasciende, le invocamos con el nombre de "Santo de los santos" y con los demás nombres, porque es causa desbordante y supraeminente. En lo que tienen las cosas de santas, divinas, señoriales o regias aventajan a las que no tienen atributos. Los atributos son mejores que los sujetos participantes. Así es superior a toda participación y a todas las cosas el Autor imparticipable de todos cuantos le participan.

Las Escrituras llaman "santos", "reyes", "señores" y "dioses" a los órdenes más principales en cada cosa. Por medio de ellos, los seres inferiores participan de los dones divinos, diversifican y multiplican a su vez los dones que ellos reciben. Luego, los superiores se encargarán de reunir y simplificar de manera providencial y divina la variedad en la unidad que les es debida.


CAPÍTULO XIII: Del Perfecto y del Uno

Baste lo dicho sobre el tema. Ahora, si te parece, procedamos a lo principal. La teología atribuye todas las cosas, tanto en particular como en conjunto, al Autor de todas ellas. Le alaba como Perfecto y como Uno. Es Perfecto o absoluta perfección en la unidad de sí mismo. Pero más porque es supraperfecto, trasciende toda realidad, en total unidad desborda toda infinidad, nada ni nadie le limita. Alcanza y sobrepasa todas las cosas con inagotable generosidad y actuación infinita. Es perfecto, además, porque no puede ni aumentar ni disminuir, pues de antemano contiene en si todas las cosas perfectas, colmando a cada cual con la perfección que le es propia.

Uno es su nombre. Esto significa que Dios, por su unidad supraesencial, es el Único en donde están todas las cosas. Nada hay en el mundo que no participe de aquel Uno. Como todo número participa de la unidad, y decimos un par, una mitad, un tercio, un décimo. Así, todas las cosas y cualquier partícula participan del uno. Y por lo mismo que son una, especie del uno, todas las cosas son uno al mismo tiempo que muchas. Aquel Uno, que es Causa de todas las cosas, no es una cualquiera de éstas; en realidad, existe antes y define toda unidad y multitud.

No puede existir multitud sin participar de la unidad: son múltiples por sus partes, pero no por el todo. Las que son múltiples por sus accidentes son uno por el sujeto. Las múltiples por el número y sus propiedades son uno por su especie. Las múltiples por sus especies son uno por el género. Las que son múltiples por las procesiones son uno por el principio.

Nada hay en la naturaleza de las cosas que de alguna manera no participe en la unidad de aquel que contiene de antemano y en síntesis la totalidad universal, incluidas las cosas opuestas que allí se reducen a unidad. Sin el uno no habría multitud, pero sin la multitud no habría uno. La unidad es anterior a la multiplicación. Si alguien imaginase que todas las cosas se uniesen entre sí, todas formarían un conjunto o algo uno.

3. Hay que tener esto en cuenta: cuando decimos que las cosas están unidas, lo están conforme a la idea previamente establecida para cada una de ellas. En este sentido, el Uno es el elemento básico de todas las cosas. Si se quita la unidad no habrá en las cosas ni totalidad ni parte alguna, ni ninguna otra cosa, porque es en la misma unidad donde existen de antemano en síntesis todas las cosas.

Por eso las Escrituras alaban como el Único a la Deidad, Causa de todas las cosas. De este modo "no hay más que un Dios Padre y un solo Señor Jesucristo", "único y mismo Espíritu" en virtud de la sobreabundante indivisibilidad de la divina unidad. Allí todo se contiene en síntesis dentro de la unificación que existe de antemano suprasustancialmente.

Por lo cual, con razón también se refieren a Dios todas las cosas, pues gracias a El, por El y en El, todas las cosas existen, se armonizan, permanecen, se agrupan, se perfeccionan y orientan hacia El. No se encontrará nada en el mundo que no deba al Uno lo que es, su perfección y conservación. El Uno es sobresencia de la Deidad.

Debemos, pues, dirigirnos desde lo múltiple a lo uno. En virtud de la divina unidad alabemos singularmente a la Divinidad plena y una. Al Uno, que es causa de todo, anterior a toda unidad y pluralidad y anterior a los opuestos de parte y todo, antes que lo definido e indefinido, lo limitado y lo ilimitado. Allí está definiendo todas las cosas que tienen ser y definiendo al mismo ser. Es causa de cada cosa y de la suma total de ellas. Es anterior a la vez y trascendente a todas las cosas. Es el Uno sobresencial que define el conjunto del ser y la misma unidad. Como uno que es, se añade a las cosas que son, pues, el número participa del ser.

La Unidad trascendente define al uno mismo y todo número. Es principio y causa, número y orden del uno, del número y del ser. El hecho de que la Deidad tras­cendente es Dios Uno y Trino no deber ser entendido con­forme  a ninguna de nuestras maneras de pensar. No. Es trascendente unidad y fecundidad de Dios. Y cuando nos disponemos a celebrar esta verdad nos vale­mos de los nombres Trinidad y Unidad significando lo que está sobre todo nombre. Lo llamamos ser trascendente, más allá de todo ser.

Porque ninguna unidad ni trinidad, ningún número, unidad o fecundidad ni cosa alguna de cuanto existe o que conozcan los existentes, explica aquel arcano de supradeidad, que es supraesencial a todo ser y que excede toda razón e inteligencia. No es posible consignar su nombre ni su modo de ser, pues se eleva por encima de todo conocimiento. Ni tampoco es adecuado el mismo nombre de bondad que le acomodamos. Le atribuimos en primer lugar este nombre como el más venerable de todos en el deseo de entender y decir algo sobre aquella naturaleza arcana e inefable.

En esto convenimos con los teólogos, pero la verdad es que el Misterio  dista en gran manera de la realidad de las cosas. Por lo cual, los mismos teólogos prefieren el ascenso a la Verdad por vía de negación. Es la manera de que el alma quede liberada de cuanto le es afín en el orden natural. El alma está preparada para las divinas inteligencias, por medio de las cuales conoce aquello que está por encima de todo nombre, de toda razón y de todo conocimiento. Por fin, trascendiendo las fronteras del mundo, el alma llega a la unión con Dios en cuanto es posible tanto de parte de El como de parte del alma.

4. Estos son los nombres de Dios. Nombres en la medida que la razón alcanza a comprender y que, reunidos aquí, he explicado lo mejor que pude. Evidentemente, no lo he hecho con la perfección que el tema requiere. Los mismos ángeles tendrían que declararse incapaces de lograr la explicación satisfactoria, cuánto más yo, que no puedo proclamar las alabanzas como ellos. El mejor de nuestros teólogos es inferior al último de los ángeles. Pero en esta clase de alabanzas no me comparo en modo alguno con los teólogos y sus discípulos. Ni siquiera con mis iguales.

Por tanto, aunque haya dicho rectamente lo que procede y de alguna manera haya alcanzado el verdadero sentido, en cuanto he podido entender, de los nombres de Dios, hay que atribuir el trabajo a la Causa de todo bien por haberme dado palabras y la habilidad de usarlas debidamente. Quizá haya omitido algún nombre semejante a los mencionados; se supla en tal caso valiéndose de métodos parecidos. Tal vez algo quede incorrecto o imperfecto y me haya desviado de la verdad total o parcialmente. En tal caso pido a tu bondad corrijas mis involuntarios errores, instruyas al que desea aprender, ayudes al necesitado y remedies la fragilidad involuntaria. Te pido me hagas llegar lo que a ti se te haya ocurrido o hayas tomado de otros y cuanto te llegue del mismo Bien.

No te avergüences de hacer este favor a tu amigo. No he guardado egoístamente ninguna de las enseñanzas que recibí de la Jerarquía. Las he transmitido íntegramente a ti y a otros santos varones. Y continuaré comunicándolas mientras yo pueda hablar y tú escuchar. Así nos mantenemos fieles en la tradición en tanto nos queden fuerzas para entender y enseñar estas verdades.

Que mis palabras y acciones agraden al Señor. Así termino aquí este tratado conceptual sobre los Nombres de Dios. El me ayude para el otro de la Teología simbólica.